miércoles, 4 de noviembre de 2009

Romeo y Julieta

Último acto: El reposo del guerrero

Se necesitaron más de treinta años para que alguien dé algo por mí y todas las apuestas me daban por muerto en vida...... Solamente mi mujer puso todas las fichas sobre la ruleta de la vida y salió ¡negro el ocho!...... Claro, como alguien dijo por Moreno: “Se necesitaba tanta agua para apagar tanto fuego”.
Desde que nací siempre me siguieron dos números: el 8 y el 13, el 8 porque era el número del día más triste de mi vida y el 13 porque era el número de la suerte para mi madre. Durante toda mi existencia terrena usé el 8 en mi camiseta de básquet, en la ruleta y en todo acontecimiento que pudiera y cuando ello no fue así, usé el 13. Tanto en las buenas como en las malas, que fueron más......
No sé qué día conocí a mi mujer, pero sé que fue en el Bar Colón. Según dice ella dijo: “¡Guau......!”. Yo sólo recuerdo una remera verde con lonjas en el escote, un pelo rubio y larguísimo y aquellos ojos verdes, verdes como el mar......
“Verde que te quiero verde” como dijo García Lorca......
No sé quién se enamoró de quién, pero era un amor prohibido, de aquellos tumultuosos que te indican que llegaste al final, al final del camino, de aquellos que los brasileros dicen “cair em um poço” o quien define Vinicius de Moraes en su poesía “para vivir un gran amor se necesita ......” o que Antonio Machado dice en la voz de Joan Manuel Serrat, “la mujer que yo quiero no necesita lavarse todos los días en agua bendita, por ella se ponen contentos mis amigos y se llena de envidia mis enemigos...” Para saber ......
Pero nada fue fácil para ninguno de los dos, siempre las eternas piedras en el camino, siempre las miradas a hurtadillas, siempre las ilusiones y desilusiones, siempre el recurrir a celestinos o celestinas y ella siempre como Penélope...... y yo como Romero.
La quise desde que la vi, pero en el reencuentro nació la intensidad de nuestro amor y hubo tantos reencuentros......
Pasaron los años tan lentamente, que parecieron siglos y luego pasaron tan rápidamente que parecieron segundos.
Luego llegó la hora esperada, no recuerdo cómo, fue un 26 de diciembre y sólo recuerdo que como siempre no supe qué decir y me perdí en esos ojos verdes y su mirada dulce y me desperté bailando entre sus brazos, mejilla a mejilla, como Moritat (vieja canción de siempre). Alguien me tocó la espalda, pero sé y no sé quién era. Quizá un cartero..... quizá no......
Los años siguieron pasando con buenas y malas, pero siempre sostengo que un solo minuto de felicidad puede borrar años de tristezas y amarguras.
Un 13 de diciembre llegué a mi lugar en el mundo y descubrí cuál era la mujer de mi destino final, y me di cuenta de que es fácil ser hombre de muchas mujeres, lo difícil es ser hombre de una sola, de la única que realmente existió en mi vida...... aunque hayan pasado muchas......
Y los años siguieron pasando, con penas y alegrías, llegaron nuestros tres hijos, uno mejor que otro, todos extraordinarios en lo suyo, yo planté tres árboles (gentileza de Toto Acquarone) y mi mujer los regó con ternura, ella educó tres hijos y yo ayudé en lo que pude...... Los árboles crecieron y los chicos también, pero aunque la menor, (la niña de mis ojos) ya tiene 28, todos son aún nuestros chicos y lo serán siempre. Mi mujer se encargó de la educación en los mejores colegios (que podíamos) y yo puse mi granito de arena yendo a buscarlos a la salida. Pasamos los años de bonanza y vinieron los otros, nunca faltó el pan en nuestra mesa, o una sidra o champagne (según las épocas) ni los infaltables huevos rellenos ni el cerdo ni el pollo.
Parece que fue ayer, pero hace más de 36 años que estamos juntos, luchando codo a codo contra viento y marea. Ahora quizá estemos al final como tenemos que estar y quisiera otra vida más para terminar de redimir todos mis pecados de juventud y quizá..... Dios me la dé.
Yo por mi parte seguiré trabajando por los que quiero y espero que ellos no me abandonen nunca ni abandonen al alma del equipo, mi mujer.
Pienso en una canción y digo: “La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida” y pienso en un gran final a toda orquesta y sólo se me ocurre: “Verde, verde que te quiero verde”.

Para mi querida esposa Sarita, el alma del equipo de Tatín.

P.D. I: Los árboles crecieron, estoy escribiendo un libro, sólo me falta aprender música, pero esa música la voy a reemplazar con mi amor, quizá no es tan tarde......

P.D. II: Hay que escribir un libro, tener un hijo y plantar un árbol, yo lo hice todo por tres, porque encontré al final del camino, mi musa inspiradora.

Gracias por ser como sos.
Tatín.-

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