miércoles, 4 de noviembre de 2009

¿Cuántos nombres tiene el Diablo?

Un día me contaron a mí que el Diablo, tiene cuarenta y dos nombres, claro, sin contarme a mí, porque yo nomás tuve a través de mi larga historia más nombres que Belcebú. Pero lo que yo quiero contarles es otra historia, una historia que alguna vez me dio mucha vergüenza y por esa razón nunca la conté. Tengo cincuenta y nueve años y ahora la voy a contar y si alguien me perdona está bien, y si no también, porque ahora al fin comprendí que quizá tenía una razón valedera para hacer lo que hice (si es que hice lo que hice) o quizá no. Les voy a contar esa historia. En un escrito anterior que se llama “Billetera mata galán”, dije que en Curuzú sólo conozco un caso de alguien que fue expulsado de una mesa de “timbas”, ese caso era yo: Alberto Mario Raso, y la cosa sucedió exactamente así: Yo estaba jugando en una mesa del Club Social a la generala quíntuple, que es un juego muy especial porque son cinco generalas a la vez. Yo tenía algo más de trece años, mi padre ya no existía porque sino no hubiese pasado eso de ninguna manera, mi madre estaba descansando porque se levantaba a las seis de la mañana y abría su negocio a las siete y cerraba a las una y media de la tarde cuando terminaba de atender al último cliente, de lo contrario ello tampoco hubiese pasado.
Lo concreto es que al lado mío, a mi derecha estaba el señor XX, que nunca estudió porque tenía plata, al lado un señor XX, de profesión usurero y bastante entrado en años, luego un señor XX que siempre hacía chistes y que también tenía mucha plata, luego mi amigo Aspiazu (el Gordo), luego otro señor entrado en años, de profesión vendedor de hacienda, que tampoco necesitaba plata, luego uno más joven de cuarenta años, cuyo padre era hijo de un señor que tenía barraca y al cual nunca respetó. Yo era compañero del Gordo Aspiazu, ambos los más jóvenes del grupo. No sé si los otros iban ganando en forma legal, porque en realidad conocían todas las mañas habidas y por haber y nosotros no las conocíamos. Cuando el partido estaba terminado yo iba perdiendo en forma alevosa. Me tocaba a mí tirar los dados y no sé si realmente hice trampas, pero tiré lo que se llama generala servida de cinco, lo cual hizo que pasáramos al frente, inmediatamente el señor XX que nunca estudió, gritó que yo hice trampas porque dejé un seis sobre la mesa antes de tirar los dados. El partido terminó y yo perdí una pequeña fortuna que me marcó para toda la vida, por la vergüenza que sentí en ese momento. Se reunió a la noche la comisión directiva y los habitués al Club Social y decidieron expulsarme por dos años, de esos señores que me expulsaron no voy a hablar, ni del señor XX que estaba a mi lado y fue el que me acusó de tramposo tampoco, pero sí voy a dar el nombre del único que tuvo el valor de oponerse a todos los dragones del Club Social, ese señor se llama Penizzoto y fue el único que me defendió.
Nunca más pisé el Club Social a pesar de que a los dos meses me levantaron la suspensión, por falta de pruebas concretas y ahora yo me pregunto: ¿quién fue más tramposo? ¿Yo de 13 años, el señor que me acusó y que nunca estudió? ¿Y los señores que tenían cuarenta o más largos años? ¿O yo que tenía 13 años? Piénselo y lleguen a la conclusión que quieran, yo por mi parte después de 47 años me declaro: inocente, aunque no sé si hice trampas o no. Y a los señores que me expulsaron los declaro culpables de haberle truncado una vida feliz a un niño de 13 años.

Alberto Raso.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

bueno llagando a la conclusion creo que si eres inocente ¿porque? porque en primera se los que eran mas adultos que tu que eras un niño se arpovecharon de tu inosencia y si hiciste trampa fue con menos malicia que la de ellos

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