miércoles, 4 de noviembre de 2009

La fábula del diablote y los diablitos

Los diablos estaban reunidos en el medio del fogón, estaba lindo, el fuego estaba que pela y por esa razón, estaba lindo, estaban contando chistes, de gallegos, chistes de negros y otro miraba su revista preferida, que era “Cabeza fresca” y otra que hoy se llama “Playboy”.
En el medio de la reunión, llegaron los dos diablitos gritando, el más grandote y el más chiquito. En la reunión se interrumpieron los chistes y el diablote preguntó: “¿Qué pasa que vienen corriendo como alma que llevo yo, que soy el más grande de los diablos y me dicen Belcebú?”. El diablito grandote le contestó a su papá: “Lo que pasa papá, es que queremos vacaciones, porque cometimos muchas malas acciones y por eso queremos vacaciones”, y el diablito chiquito consintió moviendo su pequeña colita.
El diablote se levantó argelado y dejó de contar los cuentos, que tanto le gustaban y echó a todos los diablotes que estaban a su costado y sólo dejó a Lucifer que era su diablo preferido, porque además de diablo, era el más sabio de los diablos. “Yo soy Belcebú, y él es Lucifer”, dijo el papá de los diablitos; “sí papá, ya los conocemos”, dijeron los dos diablitos, el grande y el más chiquito.
Lucifer le dijo a Belcebú al oído: “Tienen razón los diablitos, hay que darles vacaciones, porque cometieron muchas malas acciones y tienen que ser premiados”.
El diablote entró en razón y les dijo a los diablitos: “Dejen de dar tantos gritos y escuchen lo que les voy a decir, yo quiero saber quieren ir para seguir haciendo maldades”. Los diablitos se quedaron callados y empezaron a pensar, hasta que uno se decidió y dijo: “Queremos ir a Disneylandia”. “¡No!” dijo el diablote, “allí ya son todos diablos, tanto blancos como negros”. Volvieron a pensar los diablitos y el más chiquito al fin le dijo: “Papito, tomá vos la decisión que siempre tenés razón”. “Bueno” dijo el diablote, “yo ya estoy hasta el cogote de siempre ir para el mismo lado. Les recomiendo Curuzú que allí hay gente decente y a muchos podemos traer para el infierno”. “Está bien” dijeron los diablitos, “pero no sabemos dónde queda Curuzú”. Y el diablo replicó: “Curuzú queda donde perdí mi poncho, yo una vez fui y mucho me divertí, porque allí son lindos los carnavales porque son iguales a los brasileros, con la pequeña diferencia de que los brasileros son negros y negros sus corazones, y por esa misma razón les recomiendo Curuzú y además me dijeron que para diciembre van a nacer unos cuantos niños de todos los colores y tendremos bastantes angelitos para poder elegir a quien traemos para el averno”.
La cuestión es que después de tanto despelote y después de tantas recomendaciones se terminaron las discusiones, y los diablitos salieron al trote para el lado de Curuzú. Ya se iban los diablitos y el diablo seguía gritando: “¡Saluden a mis amigos, brujas y lobizones y también al hombre-gato, que no lo veo hace rato!”.
Los diablitos ya no escuchaban a su papá tan malvado y seguían a los gritos cantando nuevas canciones que decían “tururú, tururú, nos vamos para Curuzú”.
Al fin terminaron el largo viaje, no pagaron el pasaje, porque el viaje era tan largo, que terminaron viajando en la escoba de una bruja, disfrazada de ciruja. Llegaron el 6 de diciembre y empezaron a recorrer la ciudad. Iban hablando de todo, uno le decía al otro: “¡Qué barbaridad, qué linda es esta ciudad!”. Y el otro le contestaba: “¿Qué quiere decir Sarandi?”. Los diablitos no entendían nada y compraron un diccionario, castellano y guaraní para comparar la jugada.
Al llegar al parque Mitre los diablitos ya sabían el diccionario completo y se reían a carcajadas de las palabras en guaraní y uno le decía al otro: “Añá quiere decir papá, manguy parece que somos nosotros, o sea que el añá menguy quiere decir: hijo de papá. Caá quiere decir yerba y guazú quiere decir grande”. Y el diablito fanfarrón se quiso hacer el chistoso y le dijo a su hermanito: “Ya que estamos en Curuzú, vamos por Caá Guazú”. Y el otro contestó: “Capaz que tenés razón porque allí hay un poco de todo. Además de la Susy Macedra, que es todo corazón”. Y se fueron derechito para lo de Susy, que después iba a ser la esposa de Cirito, porque ahora era muy chiquito. Cuando llegaron a lo de Suscita la agarraron de las patitas y dijeron los dos diablitos: “¡La pucha que es muy bonita! Yo no lo quiero llevar”. Y el otro le contestó: “Yo tampoco. Pero papá se va a enojar”. El otro le contestó: “Que se enoje nomás papá, yo no la llevo de acá, hacéte el disimulado y mirá para otro lado”. Los diablitos siguieron derechito y doblaron por Belgrano, ya era 12 de diciembre y ni un corazón en la mano. Un diablito se paró de repente y al otro diablito le contó: “¿Vos sabés que en Comodoro Rivadavia ya nació Tatín Raso?”. Y el otro le contestó: “Lástima que queda lejos de aquí, sino nos llevamos a ese añá menguy”. Y por eso me salvé yo, sino el infierno era para mí.
Entraron a lo de Avellanal, que estaban de para mal porque los diablitos chiquitos lo iban a llevar, lo agarraron de las patitas y se pusieron a conversar. “¡A este sí lo llevamos!”, dijo el diablito grandote, “lo agarramos del cogote y lo llevamos para el infierno”. El diablito chiquito se puso a pensar y dijo: “¿Será que no lo podemos dejar, es un negrito muy lindo. Y además se va a casar con Margarita, dentro de unos años, porque ahora es muy chiquita, pero después va a ser una buena mujer y cuando lleguen los carnavales se va a divertir y no podemos permitir que el negro se quede solo”. El diablito más grandote se puso a pensar y dijo: “Tenés razón hermanito, a pesar de que soy diablito, yo también tengo mi corazón”.
Y así fue que el negrito Avellanal para bien o para mal, lo dejaron en su cunita y se dejó de llorar.
Los diablitos quedaron desconsolados, porque nada podían llevar y su papá se iba a enojar.
Se fueron para la esquina y allí se preguntaron: “¿Y ahora para dónde vamos, para la derecha o para la izquierda? ¿O seguimos derecho?”. El diablito más sabio le contestó en el momento: “Ya que estamos en Curuzú, seguimos por Caá Guazú” porque cerca de la esquina iba a nacer un angelito y a ese sí iban a llevar. Y siguieron caminando y llegaron a lo de Callaba donde nació el angelito, subieron por la escalera de entrada y el diablito más grande le dijo: “Aquí sí que no pasa nada y hasta la puerta está abierta, aquí sí que vamos a llevar lo que tanto quiere papá”. Entraron a la habitación y se llevaron semejante sorpresa, no era solo un angelito, los angelitos eran dos. Los diablitos tenían para elegir y ahora sí se podían ir para el infierno para que su papá se ponga contento. Y empezaron a elegir, uno alzó a Raulito y otro a la Teresita. “Para mí hay que llevar al Raulito que es el más nambí pantalla y parece cabezudo y además es testarudo igualito que su papá”. Y el otro le contestó: “Para mí a la Teresita porque es la más chiquita y además es livianita para poderla llevar”. Y de nuevo se pusieron a pensar. Se quedaron a pensar en el pasillo y el diablito grandote le dijo: “Para mí es muy sencillo, nos llevamos a Raulito y nos dejamos de escorchar”. Y el diablito chiquito enseguida le contestó: “¿Cómo vamos a dejar sola a la Teresita? ¿No ves que se va a quedar solita y va a ponerse a llorar?”.
Otra vez las discusiones, y el diablito grande entró en razones y aplicó filosofía y con gran melancolía, al chiquito le contestó: “Hermanito, otra vez tenés razón. Yo también tengo razón”. Y así fue que los mellicitos se salvaron de ir al infierno. Pero esta historia no terminó, porque siguieron recorriendo el pueblo y a nadie pudieron llevarse para el infierno ni siquiera un angelito y el tiempo siguió pasando mientras ellos iban pensando a quien se podían llevar y si no llevaban a nadie su papá se iba a enojar.
Después de bastante tiempo llegaron los carnavales, los diablitos empezaron a pensar adónde ir y de qué se iban a disfrazar y el diablito chico le preguntó al diablito grande: “¿De qué nos vamos a disfrazar?”. Y el grande le contestó: “Yo me disfrazo de diablo, total no necesito careta”. Y el diablito chiquito enseguida replicó: “Aquí no existen los diablos. Disfrazáte de yacaré y yo tengo ganas de disfrazarme de iguana”. Los diablitos quedaron convencidos de que era una buena idea y de ellos se disfrazaron.
Pasaron por todos los clubes que había en Curuzú, empezaron por el Social y el diablito preguntó: “¿Entramos aquí?”. “Aquí no”, lo dijo el diablito grande al instante, “aquí van los copetudos que usan traje y galera y no se tapan la cara entera”. Siguieron por Berón de Astrada y llegaron al Bar Colón, estaba linda la reunión, estaba Marra, estaba Chente y toda era gente decente. “Aquí no nos quedamos”, dijo el diablo chiquito disfrazado de iguana y el diablito grande le dijo: “Mirá que yo tengo ganas, pero no importa hermano, total seguimos para el Belgrano”. Y siguieron caminando mientras iban conversando y llegaron al Club Belgrano y miraron para la izquierda y vieron que había otro club, que se llamaba Curuzú y nuevamente no supieron donde ir y empezaron las discusiones de los pequeños diablitos, uno quería ir para un lado y otro para el otro lado y tiraron la moneda: “¿Cara o cruz?”, preguntó el diablito grande y el chiquito contestó: “¡Cruz!”, para suerte del más chiquito. “Entramos al Curuzú”, dijo el diablito chiquito.
Y así fue como los diablitos entraron al Club Curuzú y entre orquesta y orquesta se iban tomando una ginebra o una Coca con fernet y quedaron bastante mamados y se fueron para el otro lado y se cruzaron al Belgrano. Siguieron bailando samba brasilera y se pagaron la noche entera y entre ginebra y fernet quedaron supermamados y no sabían para donde ir y se agarraron de las barandas hasta que terminó la parranda.
Salió el sol y les dio en los ojos, al yacaré y a la iguana, salieron por la ventana y no vieron la puerta abierta y allí es que se asustaron y se acordaron de todos los consejos que les dio su papá, y se fueron corriendo para el lado del infierno. El diablote estaba parado en la puerta del averno, estaba que bufaba, y echaba grandes llamaradas y los diablitos al fin llegaron y le pidieron perdón a su papá, porque nada habían traído. “¡Nada!”, dijo Belcebú. “¿Ni siquiera un angelito?” “No, papá”, contestaron los diablitos, “ni siquiera un angelito”.
El diablo quedó pensando y los dejó de reprender y llamó a Lucifer, que era el más sabio de todos los diablos y éste dijo: “Vos de entrada ya sabías que no iban a traer nada, los mandastes a Curuzú para que los diablitos se diviertan, en realidad los premiastes y los mandastes al cielo, ahora arregláte con San Pedro y dejáte de embromar, hasta los diablos queremos jugar”.
Belcebú quedó pensando y le dio la razón a Lucifer y ahora ustedes van a saber por qué le dio la razón que al diablo causó desvelo, la pura verdad es que tanto quería a sus hijitos, que los mandó a Curuzú, que es...... la sucursal del cielo......

Alberto Raso – Es - opo –

* Moraleja: Hasta el diablo tiene corazón, cuando la razón es buena.

Nota del autor:
En realidad el diablo nunca perdió el poncho, sino que lo usó como excusa para volver a Curuzú.

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