lunes, 9 de noviembre de 2009

"Cualquiera tiempo pasado fue mejor: segunda parte"

Capítulo I: "Entre Corrientes y Curuzú"
Terminada la secundaria cada uno y cada cual de mis amigos partieron en distintas direcciones, algunos se fueron para Santa Fe otros para Córdoba otros para Buenos Aires y cuatro o cinco para Corrientes. Yo siempre traté de hacer lo que me gustaba, pero era un imposible, ya que tenía que labrar un porvenir, pero dejar atrás todo mi yo interior también era imposible y para ello tenía que armarme de valor, y dejar todo lo que quería, mis afectos, mi familia, mis amigos y muchas cosas más que me habían marcado en mi pueblo y la nostalgia tendría que ponerla a un costado y mirar para adelante, eran tiempos buenos, eran tiempos gloriosos en que solamente los muy pobres no podían hacer lo que querían y creo que hasta esos podían lograr todos sus sueños. Mi madre ya me había conseguido tres lugares para vivir y uno que podía comprar, creo que no haber aceptado la propuesta de comprar una linda casita fue uno de los grandes errores de mi vida, no quise hacerlo por un orgullo estúpido o quizá porque inconscientemente lo que quería era volver a Curuzú. Mi madre me subió de una oreja a su auto y trajo de "custodia" y chofer a mi hermana Silvia. Llegamos a Corrientes y mi madre me mostró los lugares en que podía parar, por supuesto que hice lo peor que podía hacer, fui a vivir a un castillo abandonado desde hacía treinta años en el que solo había ratas y pisos de madera podridos y arruinados. Lo importante para mí era estar solo, poder estudiar sin que nadie me moleste y llorar mis "añoranzas" sin que nadie me escuche. Elegí lo que hoy es el castillo Robert, que había pertenecido a un importante gobernador de esta provincia. Mi madre me compró los muebles y enseres que necesitaba para vivir y algunas cosas más para poner en la heladera y se volvió con mi hermana a Curuzú. El castillo no quedaba a más de diez cuadras del centro, pero en esa época cualquiera que viviera después de la "3 de abril", no existía y menos si eras estudiante, y menos aún si no eras hijo de estanciero o de triple apellido. Yo no estaba preparado para nada de eso, pero era menester hacerlo y lo hice. Mi intención real era estudiar diseño gráfico o arquitectura, ya que tenía aptitudes para ello, pero gracias a Dios esa carrera no existía en Corrientes y para estudiar algo similar había que cruzar al Chaco, el puente no existía, se cruzaba en un vaporcito cuyo viaje duraba más de una hora cuando no había inconvenientes y el ancho río estaba tranquilo. Ciro vivía a seis cuadras del castillo por calle Gutemberg junto con su hermano, Osvaldo Repetto alias pata de palo y algunos más y eso me daba un poco de esperanza porque en caso de sentirme mal me podría refugiar allí, al igual que él podría refugiarse en mí.

Capítulo II: "Volviendo a Curuzú".
A las dos semanas no pude más con la nostalgia y muchos volvimos a Curuzú con lo más rápido que había, el coche motor del ferrocarril General Urquiza SCGU que ponía siete horas para llegar a Curuzú y allí me encontré con amigos que ya conocía de otras localidades cercanas y algunas lejanas. El coche motor era algo parecido al bar Colón, con un poco menos de cucarachas y la diferencia que los amigos eran distintos. En el bar los sandwiches eran de mortadela y queso y de queso y mortadela, las bebidas eran Indian Tonic y Naranja Bilz y Naranja Bilz e Indian Tonic, la variedad era angustiante. El baño estaba siempre ocupado y cuando lográbamos entrar, el olor nos hacía salir rápidamente o había que usar "máscaras de gas".
Cuando el viaje era normal (que nunca lo era) llegábamos a Curuzú a las ocho de la noche o a las siete de la mañana. En ese primer viaje llegamos a las ocho de la noche y por rara casualidad (no tan rara) había baile en el "Social".
Mi madre me miró sorprendida (o quizá contenta) y me preguntó: "¿Qué hacés en Curuzú?". Yo contesté: "Vine para avisarte que decidí cambiar de carrera", mi madre se puso contenta porque siempre se había opuesto a que yo estudie Diseño Gráfico, me preguntó qué carrera había elegido y yo contesté: "Abogacía" y me acordé de la máxima "serás lo que debas ser o sino serás abogado".
Me bañé en cinco minutos y a los diez estaba en el bar Colón me reencontré con mis viejos amigos y los que volvieron de Corrientes al mismo efecto y cada cual con su cada cual se fue al baile del "Social" en el que tocaban "Los linces" de Concordia y "Los estudiantes" de Curuzú. Para mí la diversión fue doble porque antes del baile jugamos un partido de básquet contra San Martín y los pasamos por arriba, era marzo del '68. Me volví a bañar y fui al baile. Me quedé tres días en Curuzú hasta que nuevamente me agarraron de las orejas (que cada vez estaban más largas) y tuve que volver a Corrientes esta vez en el colectivo de la empresa El Tala que era de esos tipo lechero, paraba en todos los pueblos y alzaba gente en el camino hasta que el colectivo se hinchaba como sapo.

Capítulo III: "Comenzando el cursillo".
Comenzar el cursillo fue una odisea, ya que el cursillo duraba tres meses y no se hacía por calle Salta donde está la facultad sino en la escuela Regional, había que recorrer un largo camino porque un solo colectivo te llevaba hasta ahí (la línea 5). De mis amigos de Curuzú ninguno entró en abogacía, allí conocí los primeros amigos de aquí, varias mujeres del Chaco y ninguna de Curuzú. Estaba perdido como turco en la neblina hasta que empecé a juntarme con quienes fueron y son mis grandes amigos hoy, el gallego Collado, Carlitos Neumann, Ricardo Billinghurst, José Cunha Ferré, "Jesula" González Cabañas y muchos más que no me acuerdo pero irán apareciendo sucesivamente y les iré contando quienes eran, sus anécdotas y todos los momentos buenos y malos que he pasado con ellos. El cursillo fue duro pero interesante, ya que al igual que en Curuzú los profesores eran de primera y diría que estaban a la altura de los mejores de Buenos Aires, un caso especial eran Blasco Fernández de Moreda, Fernando Vargas Gómez, Díaz Ulloque, Gallino Yansey y otros tantos.
Terminado el cursillo todos los que nombré lo aprobaron y los que no nombré quedaron para "después".

Capítulo IV: "Lugares comunes".
Todos los curuzucuateños vivíamos separados, pero teníamos ocho o diez lugares comunes, el primero y más importante era el comedor universitario, el segundo el bar "Il piccolo", tercero la confitería mutante "Panambí" y digo mutante porque a la noche su subsuelo se transformaba en boite mientras que arriba seguía funcionando como confitería y otras yerbas. Otros lugares eran "La Scala", "La Balsa", "El Adax Bourg" (solo apto para los de la alta sociedad), "La Criollita", "El Petit Valencia" y algunos más.

Capítulo V: "El comedor universitario".
El comedor universitario tenía aproximadamente un cuarto de cuadra de manera rectangular, pero la cola para comer era redonda y tenía solamente unas cincuenta sillas para las mujeres de encargue o muchachos con problemas, la comida era horrible pero variada, el comedor funcionaba sólo de mañana y de lunes a viernes. A la otra semana volvía a repetirse el menú invariablemente y un día de la semana la sopa "misteriosa" tenía laxante, así que nuestros intestinos funcionaban de primera. En ese comedor había todo tipo de personajes, revolucionarios enteros, revolucionarios de café, liberales comunes, gente con ideales y otros que andaban para el "lado que sopla el viento" y eran tipo "camaleón", cambiaban de colores según la ocasión. Entre los revolucionarios enteros estaban el negro Ossam, el cuervo Gervasoni, el flaco Glinka y la más interesante de todas, una joven recién casada con otro revolucionario entero, que estaba de encargue y cantaba en forma sublime con una voz tan potente que no necesitaba micrófono, se trataba de Teresita Parodi y cantaba canciones revolucionarias, la más linda era "Tonada" de Manuel Rodríguez, Teresita era una revolucionaria entera, pero como suele suceder la plata y la ambición cambian personas e ideales y cuando triunfó en Buenos Aires se olvidó de sus ideas y pasó a ser Teresa Parodi, menos revolucionaria y con más plata en el bolsillo y finalmente se transformó en una más de los integrantes del K-K-K, es decir pasó a ser nada más que una simple déspota con plata.

Capítulo VI: "Volviendo a los curuzucuateños".
Primeras macanas: yo seguía viviendo en la mansión "Roberts" pero por suerte nunca me faltó un peso en el bolsillo y mi ropa era buena. Cacho Basualdo y yo teníamos la misma talla y alternábamos ropa los viernes, sábados y domingos. La primera macana que me mandé fue en la confitería "La Scala" y la cosa fue así: el gordo Pintos, Basualdo y yo subimos la escalera y empezamos a bailar, Cacho bien como siempre, el gordo bien y yo a los pisotones como siempre, pero siempre "cheek to cheek" como siempre. La primera que saqué a bailar me preguntó: "¿De dónde sos?", yo contesté: "De Curuzú" y entonces me dijo: "Entonces seguro que sos estanciero o algo así", yo contesté: "No, mi madre tiene una boutique bastante grande", terminó la música y se fue a sentar y entonces saqué a bailar a otra y siempre la misma pregunta y yo siempre la misma contestación. La tercera que saqué lo mismo y así sucesivamente hasta que me cansé de tanta boludez y saqué a bailar a una ex reina del carnaval que era prima de alguien que actualmente es mi amigo y por supuesto de doble o triple apellido, cuando me hizo la misma pregunta: "¿Qué hacen tus padres?", yo contesté: "Mi padre falleció y mi madre tiene una cadena de "prostíbulos", me preguntó qué era eso y yo le contesté: "Quilombos". Se sentó ofendida y allí terminó todo. Me fui a mi casa con una argeladura total.

Capítulo VII: "El oso y el pozo".
Una noche Ciro, el gordo Regúnaga que ya tocaba en el conjunto "Mantra", y el pata de palo me quisieron hacer una broma y llegaron a eso de las tres de la mañana al palacio "Roberts", entraron arrastrando cadenas y otras boludeces más, yo sabía que querían asustarme y además estaba acostumbrado al ruído de las ratas y al crujir de las maderas del piso, los primeros en entrar al salón principal que no tenía puerta fueron Ciro y el gordo, yo tenía bajo la almohada la pistola Beretta 6,35 "herencia de mi padre" y si era necesario iba a tirar un tiro al aire para que los asustados fueran ellos, pero no fue necesario porque al entrar el gordo Regúnaga que pesaba como 120 kilos las maderas podridas del piso se rompieron y el gordo apareció en el subsuelo y a los gritos pidiendo auxilio. A la media hora y después de sacar a duras penas al gordo del subsuelo volvimos a lo de Ciro con el gordo, ya que Ciro llegó media hora antes a su casa batiendo todos los récords de velocidad. El gordo estaba todo magullado y Ciro con su mejor cara de boludo preguntó qué había pasado, yo contesté con la misma cara, no pasó nada, parece que fueron a visitarme unos fantasmas, y los fantasmas salieron disparando. Tomamos "tereré" hasta las seis de la mañana y de allí en más no pasó más nada, "todos felices, comimos perdices".

Capítulo VIII: "El telescopio".
Entre los tantos amigos que hice en Corrientes, uno de ellos se llamaba Yiye (cuyo apellido no puedo poner por obvias razones), Yiye era un tipo de primera tal como mis amigos de Curuzú y los nuevos amigos que había hecho en Corrientes. El otro de los lugares comunes donde solíamos reunirnos era "Montparnasse II", un día estábamos juntos con Yiye y Carlitos Neumann contando cuentos de todo tipo, entre ellos un cuento de los que ahora se llaman "gays", pero que entonces no se llamaban así, el cuento que más nos había gustado era el cuento del "telescopio", que decía más o menos así: "Un gay le dijo al otro que lo que más le gustaba era el telescopio, porque cuando pasaba lo que tenía que pasar, te hacía ver las estrellas". De repente pasaron dos chicas exactamente iguales, y uno de los que estábamos en la reunión que éramos varios de Corrientes y del interior dijo: "¡Mirá, qué cola! Está lindo para usar el telescopio", Yiye se rió (pero sólo por fuera). Y nos dijo: "Muchachos, las que pasaron son mis hermanas". El papelón fue mayúsculo, pero Yiye era un tipo comprensivo y bueno y nos perdonó, Carlitos Neumann vivía exactamente al lado de la casa del "ofendido" y se rió obligado, pero por dentro lloraba porque Yiye no era sólo su vecino sino también su amigo.

Capítulo IX: "De vuelta a Curuzú".
A veces nos tocaba volver a Curuzú en otro tren que era mucho más largo y más interesante, porque en ese tren podía pasar cualquier cosa y como normalmente el primer día en que nos mandaban nuestra mensualidad ya nos quedábamos secos (por las deudas que ya habíamos adquirido el mes anterior) teníamos que hacerlo en segunda, cuyos asientos no eran tan cómodos como los de primera, entonces la única posibilidad que teníamos era ir al vagón comedor, que ese sí era cómodo y pasarnos la noche tomando café, tampoco en este tren la variedad era mucha, ya había posibilidades de comer algunos sandwiches bastante variados y tomar un café que tenía el mismo gusto a rata que el del tren corto. Las gaseosas eran Billz, Indian Tonic, Naranja Crush y la Bidú que era todavía casi desconocida por nosotros y el sabor era muy bueno, pero todo esto del comedor no solía ser siempre así, porque el comedor nos duraba hasta que el guarda nos echaba a patadas porque la consumición nuestra era bastante exigua y no podíamos darnos el lujo de tomar mucho por dos razones: primero porque nadie tenía un mango y segundo porque no podíamos hacer durar toda la noche una Bidú o una Crush. El único que viajaba siempre en primera y en camarote era Juan Obregón, que por estar en algún puesto político, podía hacerlo sin pagar pasaje y cómodamente acostado en un camarote que era sólo para él. Pero Juan era un buen tipo y siempre intercedía por nosotros y a veces hasta podía poner alguno a dormir en su camarote, en el cual cabían cuatro personas. Muchos de nosotros viajamos en ese camarote ya que el mismo era inviolable, ni siquiera el guarda podía entrar. Lamentablemente había que ir al baño y cuando nos encontraba el guarda nos echaba nuevamente a bolsasos y nos mandaba nuevamente a segunda y teníamos que pasar la noche en los duros asientos de madera.
El guarda tocaba pito en cada estación que llegaba y gritaba: "¡Mercedes, Chavarría, Curuzú"!, etc. Casi nunca nos dormíamos y si nos dormíamos era practicamente a la hora de llegar. En este tren largo cuando todo era normal (que nunca lo era) tardaba trece o catorce horas en llegar a Curuzú, una noche de invierno Coqui Vega gritó: "¡Curuzú!" y se volvió a tapar con la frazada, estábamos en el medio del campo y los que viajábamos a nuestro pueblo nos levantamos rápidamente y corrimos hasta el pescante del vagón y nos dimos cuenta de que estábamos en el medio del campo, por supuesto que Coqui quedó con la cabeza llena de cocos, y el traste lleno de patadas.

Capítulo X: "La cachetada fatal".
Yo cada vez que podía volvía a Curuzú, un día se armó un campeonato que se llamaba "Campeonato de los barrios" y en el que cualquiera podía hacer su equipo y representar a un negocio, a un barrio, a un club o a cualquier cosa, en mi equipo todos eran estudiantes de afuera y únicamente dos vivían en Curuzú así que le pusimos como nombre "Legión extranjera"; los cuatro primeros partidos que jugamos ganamos sin incidente alguno ya que nuestro cuadro estaba formado por muy buenos jugadores a los que recuerdo perfectamente, entre los de Curuzú estaba "Bebecho" Sosa, el "Loco" Balbastro (que era más joven que nosotros) y entre los de afuera "Matungo" Ledesma (que ya jugaba en Corrientes), Tim Robaina que estaba en Santa Fe y yo que estaba en Corrientes, ese era el cuadro titular, los suplentes eran "Lechón" Ramírez y Eduardo Linsay, ambos de Curuzú, el referí en la ocasión era "Coco" Flores que era un juez justo que ya había participado en campeonatos argentinos donde se destacó. Hicimos cuatro jugadas espectaculares, la primera fue una jugada rapidísima en que yo pasé de cachetada una pelota a "Bebecho" Sosa y él me la devolvió también de cachetada y en dos pasos más hice un gol espectacular, la segunda, una jugada genial del "Loco" Balbastro pasándola por atrás de su cuerpo y encestando en gran forma, la tercera fue una jugada común en que yo me elevé y tiré con un tiro "Jump shott" que era un tiro casi desconocido para la época y que sólo lo tiraba el "Piri" Ganancia y Rubén D'Andrea. La cuarta jugada hice una entrada y Eduardo Salas me metió los dedos en los ojos, yo reaccioné en forma instantánea y le pegué una sonora cachetada que "Coco" no vio porque sucedió todo muy rápido, pero la intuyó y nos expulsó a ambos en un fallo salomónico. Salas y yo salimos de la cancha y nos fuimos a pelear a otro lado, pero intervino el padre de "Piri" (presidente del club Curuzú) y la cosa no pasó a mayores. A la tarde Hugo Salas y yo pedimos por favor a "Coco" que contemple la situación y rogamos perdón y que nos deje seguir jugando. Pero "Coco" Flores era inflexible y nos expulsó por todo el campeonato, mi aventura con "Legión extranjera" duró solamente cinco partidos. Mi cuadro entre los veinte participantes salió cuarto y Salas y yo quedamos mirando la fiambrera como "la garza de Pavón".
Otra vez, me quedé con el pan y sin la torta.

Capítulo XI: "Volviendo a Corrientes".
Yo seguía yendo y viniendo a Curuzú y un mal día me quedé más de lo habitual y puse como excusa a mi madre que me quedaría unos días para estudiar allí (cosa que por supuesto no hice). Pasaron los días y se acercaba el día del examen, yo seguía "angaú" estudiando una materia que se llamaba "Obligaciones" y que dicho sea de paso fue la única materia en que salí mal en toda mi carrera. El día anterior al examen mi madre me dijo que vuelva a Corrientes en forma urgente en el coche motor de las dos de la mañana, yo llegué a la estación tarde, el coche motor ya había salido, volví a mi casa y mi madre con justa razón me pegó una puteada y planificó una estrategia que yo no esperaba, se levantó a las seis de la mañana y fue a hablar con el "Vasco" Basaguisteguy, el "Vasco" había sido piloto comercial pero hace veinte años que no volaba, volvió a mi casa y haciéndose la que no pasaba nada me preguntó a qué hora tendría que haber sido mi examen, yo contesté: "El examen empieza a las dos de la tarde, pero a mí creería que me tocaría alrededor de las tres y media, cuatro porque soy la letra "r". Mi madre me agarró nuevamente de la oreja y me dijo: "Vestite, que ya salís para Corrientes". Yo no entendía nada pero igual me vestí y me llevaron al aeroclub, donde me esperaba el "Vasco" con un avión de tela que ya en la Segunda Guerra Mundial era obsoleto, el avión era un "Piper" color amarillo, me subieron al avión y me mandó a Corrientes, el avión iba muy despacio porque teníamos viento de frente e iba en línea recta, es decir cruzando los inmensos Esteros del Iberá, mi susto era total porque el avión viajaba a no más de diez metros del suelo tratando de evitar el viento de arriba, recién a las dos de la tarde llegó el avión a Corrientes y aterrizamos en el aeroclub de esta ciudad. Yo me fui a rendir y el "Vasco" quedó esperándome, por supuesto que salí mal y allí empezó la peor odisea aérea que me ocurrió en la vida, (quizá por eso tengo terror a los aviones). Salimos de Corrientes sin novedad y a la altura de Chavarría vi un extraño tubito con una bolita dentro, pregunté al "Vasco" qué era y me dijo: "Ese es el marcador de nafta y cuando más baja está la bolita es porque menos nafta hay". Yo miraba de vez en cuando el marcador y cada vez la bolita estaba más baja, al pasar Mercedes la pelotita ya estaba casi abajo y al llegar a la altura de la estancia "Aguay" ya se había perdido completamente, le dije al "Vasco" lo que pasaba y me dijo que no me preocupe, pero yo igual me preocupé. De repente se clavo la hélice del avión y el "Vasco" me dijo: "Prendete de donde puedas y quedate tranquilo", yo me prendí de todos los lugares posibles y hasta creo que mis patas atravesaron la tela del avión. El avión empezó a bajar lentamente planeando, tratamos de bajar en la pista de Aguay pero estaba ocupada, así que bajamos en el medio de la ruta de ripio y quedamos rezando para que nadie venga de frente o de atrás, gracias a Dios no venía nadie, hasta que del mismo campo nos vieron y nos dieron la nafta suficiente como para llegar a Curuzú. Los aviones de ese tipo no arrancan sino le das manija a la hélice, lamentablemente tuve que hacerlo yo con el terror de que al arrancar me arranque también los brazos, pero no sucedió, el avión hizo unos cien metros sobre la ruta y levantamos vuelo nuevamente. Llegamos a Curuzú sin problemas y mi madre que ya estaba preocupada por la tardanza preguntó qué había pasado. Yo le conté toda la odisea y ella me dijo: "Espero que te sirva de escarmiento" y la verdad es que sirvió, porque nunca más llegué tarde a un examen.
Eso me pasó por vivo.

Capítulo XII: "En Curuzú".
A la noche del mismo día estaba firme como siempre en el bar "Colón" y conté la anécdota, todos se rieron menos yo que aún seguía en el mismo estado. "Tito" Leiva y el "Zurdo" Martene para festejar mi llegada pidieron tres cervezas que cada vez se iban transformando en más hasta llegar al número de veinticuatro, yo los acompañé todo lo que pude hasta que no aguanté más y salí corriendo para mi casa que quedaba a media cuadra y empecé a pagar las consecuencias de lo que había tomado, no sé si el mundo me daba vueltas o si yo daba vueltas alrededor del mundo. Me desperté a las doce del mediodía y el mundo sigue igual, "yira yira"

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