miércoles, 4 de noviembre de 2009

Cómo nacen los mitos y las leyendas

Los mitos, leyendas y fantasmas o aparecidos nacen por distintas circunstancias. El que escribe tiene varias historias personales, pero voy a remitirme a algunas nada más.
1º) Estando mi padre en Curuzú Cuatiá, allá por el año ’59, le sucedió algo singular que aquí les voy a contar.
Mi padre era gerente de O.S.N. y además era algo así como un “ingenieri” en sus ratos libres y hacía casas, mensuras y mediciones topográficas; haciendo una de esas mediciones en un campo perteneciente al Ejército Argentino, lugar que se conoce históricamente como “Campamento de Ávalos”, en las cercanías de Mercedes, le sucedió algo que se podría haber transformado en una historia de aparecidos.
Mi padre era un gran fumador y aparte un hombre de llevar armas, y lo que sucedió es lo siguiente: se quedó sin benzina de su “Caruzita” (encendedor que aún conservo) y vio a lo lejos la luz de una vela, ya era de noche y se acercó con su caballo a la luz, y de pronto se dio cuenta que se trataba de una tumba con una vela encendida, que titilaba en medio de la nada, mi padre se bajó del caballo y dijo: “Con permiso del finado, voy a prender mi cigarrillo” y en ese momento, alguien le dijo desde atrás de la tumba: “Prenda nomás, mi hijo”, papá saltó para atrás como un gato y sacó su infaltable Boretta 6.35 y volvió a escuchar la misma voz que parecía provenir de la vieja tumba que dijo: “No tire mi hijo, yo soy el padre del finado que vine a prender una vela porque hoy es su aniversario”. Papá pidió perdón y subió a su caballo y se retiró al galope para el lado de la estancia. ¿Pero qué hubiese pasado si mi padre hubiese huido a la disparada?
2º) El caso de mi padre no es igual al mío, porque el efecto que produce mi miedo es distinto al de mi padre, mi miedo me produce una especie de parálisis total que me deja tieso y la historia que les voy a contar es la siguiente: un día de difuntos en la ciudad de Curuzú Cuatiá, mi amigo José Luis Cravero y yo fuimos a visitar el cementerio del pueblo, yo soy afecto de visitar y conocer cementerios (mi especialidad), y lo estuvimos recorriendo hasta las ocho de la tarde aproximadamente, José Luis tendría unos 14 años y yo 13, lo concreto es que al dar la vuelta a un viejo panteón que se comentaba que había fantasmas, procedimos a meternos en el mausoleo abandonado y cuando salimos nos encontramos con el guardián del cementerio, al cual no conocíamos y que había sufrido la epidemia de viruela negra, que asoló Curuzú Cuatiá, alrededor del año cincuenta y le dejó una secuela de agujeros en el rostro, lo que sumado a su gran estatura, nos pareció el propio Frankestein. Yo al verlo me quedé paralizado del horror y José Luis salió disparando como un rayo, montó su bicicleta y no paró hasta su casa, y ahora yo me pregunto ¿qué hubiese pasado si yo hubiese tenido la actitud de José Luis? Creo que creería que realmente vi un cadáver resucitado, y se crearía otro de los tantos mitos de cementerio.
De la historia que voy a contar ahora son testigos varios protagonistas de Curuzú Cuatiá, entre ellos Ciro Acquarone, Jorge Avellanal, Elvio Martínez y otros que no recuerdo, pero la historia comenzó así: En el año ’68 los amigos a los que hice mención anteriormente me hicieron una apuesta, me apostaron la consumición de todo lo que tomábamos o tomaríamos en el Bar Colón, de que yo no iría a las doce de la noche hasta la cruz mayor del cementerio, apuesta a la cual acepté al instante porque casualmente no soy miedoso y mi especialidad es esa. Llegamos al cementerio y los muchachos me esperarían afuera, en una camioneta Ford tipo colectivo propiedad del padre de Ciro Acquarone. Yo empecé a caminar y a pensar que algo “raro” había en esa apuesta, hasta que llegué a la conclusión de que me esperarían atrás de la cruz mayor para asustarme y no sé si para suerte o desgracia tenía razón. Cuando llegué a la cruz, los muchachos estaban escondidos atrás de ella y de pronto se levantaron y me dieron un grito espeluznante, yo me quedé parado pero esta vez no paralizado, estábamos o seis metros y empezaron a reírse a carcajadas y a decir: “Tatín, somos nosotros”; yo seguí parado sin decir ninguna palabra y mis amigos siguieron insistiendo y yo con la misma actitud, la cuestión es que los que se asustaron fueron ellos, saltaron el alambrado y se subieron a la camioneta y no pararon hasta el Bar Colón. Yo empecé a reírme del incidente, pero cada vez menos, porque estaba sólo a mil metros de la salida, rodeado de tumbas y en medio de un silencio sepulcral y para colmo la camioneta no estaba en la puerta, así que empecé a correr cada vez más ligero y creo que no paré hasta el Bar Colón, cuando llegué declaramos un honroso empate, porque esta vez el cagazo fue mutuo. Y ahora yo me pregunto ¿qué habría pasado si yo no me hubiese asustado y me callara la boca? Seguramente mis amigos hasta hoy hubiesen pensado que vieron un fantasma...... ¿o no?

Alberto Raso – Noc Odeim –

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