miércoles, 4 de noviembre de 2009

"La Banda de Hormiga Negra”

En Curuzú Cuatiá, allá por los años sesenta, el pueblo estaba dividido en cuatro sectores y en cada uno de ellos, había una banda que dentro de nuestra fértil imaginación, dominaban los cuatro puntos cardinales de la ciudad, que en ese entonces, era una ciudad de puertas abiertas, pero había un sector, que tenía dos bandas. Una buena y otro un poco menos buena y más peligrosa. Las dos bandas estaban ubicadas en las cercanías del Parque Mitre, en las cercanías del Tiro Federal y que alimentaban sus poderosas hondas con puntas de bala que extraían de los montículos del propio Tiro Federal. Esa banda no podía pasar para el lado del centro, porque la banda de los Orsini era una barrera infranqueable, cuyas hondas estaban aumentadas por pedazos de hierro, ya que Mocito Orsini (hermano de Bruno) era constructor de tinglados.
El sur de Curuzú Cuatiá estaba despejado, así que allí casi no íbamos o muy de vez en cuando. El norte de Curuzú Cuatiá era bastante tranquilo y se podía transitar sin problemas y desde el Regimiento 4º de Caballería blindada en adelante, eran sólo chacras distantes una de otra y desde allí hasta el arroyo Sarandi eran nada más cinco o seis kilómetros, así que allí no había problemas mayores.
Los privilegiados que vivíamos en el centro no teníamos mucho espacio para recorrer, salvo de noche, ya que los integrantes de la barra de los Camejos y los Orsini, gracias a Dios dormían, como cualquier mortal.
Sin embargo había una barra que inexorablemente aparecía los fines de semana por el centro y en especial en las cercanías del almacén 1º de Mayo, propiedad del señor Dal Lago. Esta banda también aparecía a las 13 horas, los días domingos para el infaltable matinée del Cine Cervantes o del Colón.
Esta banda estaba liderada por el temible “Hormiga Negra”, enemigo acérrimo del “Flaco” Cravero, “Corcho” y Raúl Callaba.
En ese entonces yo tenía muchas habilidades deportivas, como básquetbol, saltos ornamentales y algunos conocimientos de Ji Jitsu, judo y lucha grecorromana, conocimientos heredados y enseñados por mi padre y mi hermano. Tanto el Flaco Cravero, como mis otros amigos no sabían un corno de peleas, pero cuando aparecía el “temible Hormiga Negra” y su banda, me llamaban con un silbido especial y yo aparecía como la “sombra” en unos pocos instantes y cuando yo llegaba, la banda de Hormiga Negra se dispersaba y desaparecía tan misteriosamente como llegaba y quedábamos solo el pobre “Hormiga Negra” y yo, y normalmente (por no decir siempre) la pelea la ganaba yo por muerte. Eso en 1966, me hacía sentir como el Llanero Solitario, o el “mocito” de la película, al que todos admiran y se queda siempre con la chica más linda del pueblo y la realidad es que realmente era así. Por supuesto que eso fue en 1966 o 1967, hoy no podría pelear ni siquiera con mi sombra, ya que tengo cinco “by pass”, más las siete plagas de Egipto juntas, pero de vez en cuando la “adrenalina” me sube a la cabeza y todavía quiero hacerme el mocito.
Pero todo lo que conté, en realidad no sirve para nada, ya que el temible “Hormiga Negra”, era un chico igual que nosotros, que quería simplemente lo mismo que cualquiera de nuestra edad, como por ejemplo, pasear por el centro e ir los domingos al matinée y esas cosas que quieren los chicos; él tenía los mismo sueños que nosotros, pero por alguna circunstancia sus límites no llegaban hasta más allá del Club San Martín o Sociedad Italiana y de allí hasta el cine Cervantes. Es decir, nosotros éramos los que invadíamos su zona y como el Flaco Cravero era especialista en armar “despelotes”, me llamaba con un silbido especial que sólo conocíamos los integrantes de la temible banda nuestra, que se llamaba organización “Los Gallos” y que éramos nada más que tres o cuatro integrantes que teníamos una ceremonia de iniciación y todo. Nuestro valor se probaba de distintas formas, las más conocidas eran dos: primero, boludear y pasear por lo techos ajenos en los horarios de la siesta; y la segunda, ir al cementerio cuando estaba oscuro. Creo que otros de los integrantes era Cirito Acquarone y Jorge Avellanal; lo cierto es que cada uno de los “iluminati”, versión “Curuzú”, después de dicha ceremonia se le otorgaba una carita de plomo con la figura de Belcebú que pesaba como medio kilo, lo cual era especial para romper los bolsillos “maniceros” del pantalón.
De todo esto salían de nuestra imaginación, un poder que nos hacía imbatible y por ello nos creíamos los más poderosos del centro.
Hoy tengo 59 años y aún añoro esos enfrentamientos terribles con la banda del gran “Hormiga Negra” y seguramente que él también, ya que en el último viaje que hice a Curuzú nos encontramos en un kiosco y nuestras miradas se cruzaron como hace 45 años, pero eso duró solo un segundo, porque volvimos inmediatamente a la realidad y en vez de agarrarnos a las piñas como otrora, simplemente nos dimos un abrazo y una mano de hermano.

Alberto Raso – Cualquiera tiempo pasado fue mejor –

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