miércoles, 4 de noviembre de 2009

“Los muertos que vos matáis, gozan de buena salud”




Esta historia nos incumbe únicamente a cuatro personas, Ciro Acquarone, Roberto Almagro, Tito Leiba y yo.
Sucedió en el año 1966 y se trata de un delito, pero ya pasaron más de cincuenta años, el delito ya prescribió con creces y por ello ahora lo puedo confesar, pero a pesar de ello, la vergüenza y el recuerdo nos dura hasta el día de hoy, y como nos incumbe solamente a los protagonistas de este evento malicioso, quizá lo cuente a mi manera, o por lo menos en parte.

En una noche de primavera cuatro amigos de verdad
planeamos un delito, pero un delito sin maldad.
El plan, tenía que ser de primera, porque si algo salía mal
nos pegarían una pateadura, una pateadura sin igual.

Necesitamos una oveja o un cordero,
pero si no puede ser lo segundo, aunque sea lo primero,
lo que venga viene bien, la cuestión es que es urgente,
porque lo tenemos vendido y no solo a uno,
sino a un montón de gente.

Salimos de Curuzú, a las ocho de la mañana,
era un hermoso día de primavera
fuimos para el lado de Libres, en un auto de primera
era un Isard alemán que me duró una semana
porque el auto no era mío, el auto era de mi hermana.

Al cabo de cuatro leguas encontramos varias ovejas
cerca de un alambrado, eran ovejas viejas
pero igual se podían comer; nos dejamos de joder
saltamos el alambrado y empezamos a correr.

Ciro y Roberto eran los más ligeros
Tito y yo quedamos parados, atrás del alambrado
yo cuidaba el auto y Tito el tesoro deseado.

En la primera corrida ya agarraron la oveja vieja
Tito la agarró de las patas y Ciro lo ayudó,
yo la metí en el baúl, en que la oveja apenas entró
los cuatro nos metimos en el auto y la oveja se calló.

Volvimos para Curuzú con un cagazo total,
pero el deber lo cumplimos sin pensar que estaba mal
pasamos a la disparada, el puente de la cañada
y ahí sí nos dimos cuenta que nos venía siguiendo una Ford colorada.
Rápido nos pasó la Ford y se atravesó en el camino,
qué mala suerte la jugada del destino
conocíamos al señor del camino, se llamaba Coco Duprá,
hombre de campo, buena gente y decente por demás.

Coco nos siguió en la Ford colorada
y nos siguió por atrás, la siguiente parada
fue Curuzú Cuatiá y allí después de varias
deliberaciones, tratamos de explicar nuestra buenas intenciones
pero Coco no entraba en razones y entonces nos preguntó:
¿a quién puedo recurrir?, don Tulio ¡es peligroso! Lo conozco de
memoria, y los va a cagar a palos con su rebenque filoso.
A mi madre no podría recurrir, porque era viuda desde hace poco,
Tito estaba en la misma situación y por eso no se contaba tampoco
el único que quedaba para agarrar la parada
era el padre de Roberto, gerente del Banco Nación
pero tampoco iba a entrar en razón
así que igual íbamos a ligar ¡una semejante puteada!

Don Duprá entró y llamó a Don Almagro
y conversaron en privado, que es costumbre de paisano
nosotros quedamos afuera, esperando que sucediera un milagro,
el milagro sucedió cuando salió Don Almagro y le dio la mano
a Duprá que al final nos perdonó, yo no sé cómo arregló
el asunto Don Almagro.
Don Duprá salió del salón y recién allí, nos aceptó la explicación
y después nos dio un consejo: que antes de matar una oveja vieja, la pidamos de regalo, porque de otra manera nos iba a matar a palos,
después del consejo, pudimos explicar nuestra razón, lo que
queríamos era devolverle la oveja vieja, don Duprá paró
la oreja y nos preguntó para qué quería una vieja oveja muerta
y nosotros le contestamos ya parados en la puerta,
que la oveja estaba viva, ¡no era una oveja muerta!


Alberto Raso – La oveja viva –


Nota del autor:
Todo lo que conté es real, don Coco Duprá nos hizo devolver la oveja y después de la puteada, se jugó por entero y nos regaló dos corderos.


Alberto Raso – Tinta Nachi –

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