lunes, 1 de marzo de 2010

Pequeño gran hombre

Esta una historia para el hombre más grande que jamás conocí y que me hizo ser lo que hoy soy y lo que hoy pienso y lo que hoy hago, digo, sostengo y por lo cual peleo a capa y espada aún en contra de todas las adversidades. Es el que me enseñó a no entregarme y a levantarme cada vez que me caigo o desfallezco.

Capítulo I
Pequeño Gran Hombre llega a mi pueblo a la edad de 30 años aproximadamente, después de una larga trayectoria de terribles trabajos, con tres pequeños hijos y demasiado sudor en sus anchas espaldas. El diario de Curuzú Cuatiá dice: “¡El gerente de Obras Sanitarias de la Nación aún usa tiradores!”

Capítulo II
Pequeño Gran Hombre empieza a trabajar a los 13 años en Obras Sanitarias de la Nación con el puesto de cadete auxiliar en el edificio que hoy es un monumento nacional en Buenos Aires. Mientras tanto conoce la hambruna de los años 30. Solo, con un padre político casado con una mujer de doble apellido y varias mujeres más como correspondía a las costumbres de la época. Su padre, inmigrante italiano de origen político socialista; tan duro e inflexible como una roca, tanto en su hogar como en el ámbito de los comités; tan duro e inflexible que fue el único político capaz de darle una sonora cachetada al general Agustín P. Justo en el propio Senado por no haber cumplido con la palabra empeñada a los hombres que apoyaron su propio partido en las fraudulentas elecciones de siempre.

Capítulo III

Pequeño Gran Hombre va ascendiendo rápidamente en su trabajo merced a su entereza y capacidad y bajo la mirada atenta de sus superiores, en especial su guía moral y espiritual, el ingeniero Albertelli, hombre muy notable por su capacidad y entereza moral y líder indiscutido en los anales de Obras Sanitarias de la Nación, la institución que junto con la aduana de Buenos Aires fueron pilares del progreso del país grande de aquella época.

Capítulo IV
Pequeño Gran Hombre sigue escalando, estudia de noche, juega al fútbol en la reserva de Independiente. Gran nadador con los colores de su club y deportista de todas las épocas y además campeón amateur de boxeo de Avellaneda y jugador de billar de ¡excelsa calidad!

Capítulo V
A Pequeño Gran Hombre se le encarga la tarea de dirigir las obras cloacales de la incipiente red de subterráneos de Buenos Aires. Una de las más modernas del mundo y la más importante de Sudamérica en su época. Trabaja y dirige la obra y pone el lomo como cualquiera de sus empleados, descubre tesoros arqueológicos en los túneles históricos del viejo Buenos Aires, los denuncia, pero atrás de él la atenta mirada del ingeniero Albertelli le sugiere en forma cariñosa pero imperativa lo siguiente: “Por favor petiso, tapá eso y no lo comentes”; todo ello en aras del progreso y la rapidez necesaria de la obra. No obstante en uno de esos hallazgos se guarda el contenido de un ánfora de un metro de diámetro, tres monedas macuquinas de plata y un Carolus IV que lo debo conservar como amuleto en algún lugar de mi casa porque como dicen los italianos “la casa esconde, ma non roba”.

Capítulo VI
“Pequeño Gran Hombre” culmina con la red de obras faltantes en el subterráneo y ¿empieza su descanso? Mientras tanto juega al billar, al dominó, cumple su horario habitual de trabajo. Lee sus libros de cabecera durante las noches: “Nuevas técnicas de hormigón armado” y “Las fuerzas morales” de José Ingenieros, ya no tiene tiempo para ir al colegio y se transforma en un autodidacta mientras fuma sus cuatro o cinco paquetes de Particulares fuertes sin filtro que le duran un día.

Capítulo VII
Pequeño Gran Hombre es gerente de Obras Sanitarias de la Nación con una edad de 29 mentirosos años y se lo traslada a Pozo del Molle, Villa María y a San Francisco
para realizar obras cloacales importantes. Allí nacen Dito y Silvia con una diferencia de tres años. Culminadas las obras se lo traslada a Comodoro Rivadavia para hacer el oleoducto a Buenos Aires, tarea complicada en exceso y realizada en conjunto con YPF. Allí lo encuentra nuevamente el destino haciendo pozos túneles a pico y pala con su infatigable cuadrilla y realiza nuevos descubrimientos arqueológicos, pero esta vez los dona al Museo de Ciencias Naturales de La Plata, entre ellos huesos de dinosaurios, animales petrificados, urnas funerarias y una caparazón de tortuga gigante que tiene más de dos metros y se encuentra (o se encontraba) en el salón principal de dicho museo.











Capítulo VIII
Pequeño Gran Hombre vuelve nuevamente a la ciudad de Comodoro Rivadavia y a su trabajo habitual. Corría el año 1949 y allí aparezco yo en escena, me bautizan con el nombre de Alberto Mario, la euforia de la familia es tremenda y por primera vez viajan allí mi abuela materna y las tías de mi papá de la rancia sociedad porteña: Pequeño Gran Hombre es feliz y está tranquilo, pero Comodoro no tiene agua potable y todo lo que se consigue viene de afuera, se recogen los frutos del mar y se toma lo que se puede. Pequeño Gran Hombre sigue estudiando la naturaleza y sus cálculos de hormigón armado, ya en esa época todos piensan que Pequeño Gran Hombre es ingeniero hidráulico y allí realiza la proeza más grande que conoció Comodoro Rivadavia; luego de infatigables noches de estudio y razonamiento llega a la conclusión de que en El Chenke (conocida montaña o cerro de la zona) tiene que haber agua, y allí con su grupo de chilotes (chilenos contratados por O. S. N.) buscan el lugar adecuado, perforan y encuentran el preciado líquido que hace a la grandeza de Comodoro. Emplea el razonamiento deductivo y sabe que hacer llegar el agua a la ciudad es ¡nada más que una cuestión de gravedad! El ingeniero Albertelli viaja inmediatamente desde Buenos Aires pese a los peligros que significaba un viaje en avión a Comodoro en esa época. Llega, lo abraza fraternalmente y le dice al oído: “Rasito, ¡sos un genio!”. A los que Pequeño Gran Hombre contesta simplemente: “Hice lo que tenía que hacer nada más”. En el año del Libertador San Martín (1950) Comodoro es otra cosa, el General Perón les otorga una medalla al mérito y Pequeño Gran Hombre dice simplemente: “Gracias” y la archiva en uno de sus tantos cajones como un objeto más.
Pasa el tiempo y nuevamente Albertelli lo manda a Corrientes, a la ciudad que fue y será la ciudad de su destino y su vida, Curuzú Cuatiá, que necesita cloacas y agua potable. Su cargo es el de gerente de zona y allí comienza otra historia.

Capítulo IX
A partir de este momento Pequeño Gran Hombre no cumple más años, pasa a ser un hombre intemporal, un hombre sin tiempo cuya edad se transforma en obras, en acciones y en cálculos inentendibles que sólo él entiende. Odia a la masonería; pero es un masón natural por genética o por cualquier otra razón.
Usa un anillo de rubí y oro que es herencia de su padre, un poroto rojo con cadena de oro, que se otorgaba a los inmigrantes calabreses para la buena suerte y los inefables tiradores pasados de moda; en la mano izquierda solamente usa un cintillo de oro, en el bolsillo de atrás una voluminosa billetera sin ningún peso pero con papeles y papelitos que valen más que el oro; en los bolsillos delanteros solamente caramelos y monedas.
Mientras arreglan la casa del gerente de Obras Sanitarias vive en un hotel propiedad de Landaburú, pero dirige los arreglos de su propio chalet y se hace cargo de la construcción del mismo mientras atiende las funciones inherentes a su función y transforma la eterna burocracia de las oficinas públicas en un organismo eficaz y dinámico. Al principio todos sus empleados lo odian y al que se opone a sus ideas y decisiones lo invita a pelear como se hacía antes, con caballerosidad y respeto por el adversario. Al mes es idolatrado por todos y forma un equipo de trabajo formidable, entre ellos su mano derecha Benz para todo tipo de cosas, Espíndola para mantenimiento de tanque de Obras Sanitarias y del único pozo que tenía agua potable ubicado en el mismo predio. Sánchez Eugenio para planos, Sarli (“el rubio”) en tareas administrativas, Sánchez para tareas de alto riesgo, Orsini Bruno (“mocito”), Fargi, Juan Sánchez y otros tantos que lamentablemente mi mente no retiene pero que lo mismo los llevo en el corazón.
El cuerpo de Bomberos Voluntarios existe, pero no existe, Pequeño Gran Hombre recurre nuevamente al ingeniero Albertelli y le dice textualmente: “Querido ingeniero, la zona es muy peligrosa, está llena de víboras y existen numerosas alimañas y hay peligro de derrumbes y otras catástrofes. Necesito equipos especiales para estas tareas”. Y manda por tren una encomienda con una carta y una caja de bombones de licor. En dos semanas OSN recibe cien uniformes ignífugos y de alto riesgo y nombra a todos sus empleados bomberos voluntarios ad honorem y afecta a todas las unidades disponibles a tal efecto. La comunidad agradecida.

Capítulo X
Pequeño Gran Hombre después de trabajar hasta después de las tres de la mañana duerme, se levanta y viaja hasta el arroyo Castillo y da las órdenes y dirige las obras del pozo de IMHOFF, obra faraónica para la época (aún trabaja), caza perdices mientras vuelve, las necesarias solamente y las caza al vuelo con su fiel perro Jack, a veces me lleva y me enseña a tirar, a veces no. Está de vuelta a las seis y media de la mañana y recorre el pueblo recordando a todo el mundo que no malgaste el agua potable porque Curuzú no la tiene, el criado que trabaja para los Chiappe tiene terror al jeep de OSN y a Pequeño Gran Hombre.

Capítulo XI
Pequeño Gran Hombre empieza a construir (el sueño de su vida) y consigue un grupo selecto de operarios, “Chicho” Campaglioni, Sánchez Eugenio, “Mocito” Orsini, Juan Sánchez, Sandoval, Cóceres y otros tantos que no recuerdo hoy. La primera casa que construye es para el ingeniero Zugasti, la segunda para su amigo del alma de Curuzú, médico Nóbel venido de Posadas: el doctor Noziglia, pero como ello es poco construye también el sanatorio (hoy San Roque) y todo eso en pocos meses (y aún conserva todo lo de esa época) mientras tanto otro firma los planos y hace plata. A partir de allí empieza a construir tantos chalets (cosa nueva en Curuzú) como puede y todos están de pie hoy y son iguales.

Capítulo XII
Frondizi es presidente de la república con los votos de Perón y viaja a Curuzú, Pequeño Gran Hombre saluda a regañadientes al nuevo mandatario y me hace darle un beso en el aeropuerto, pero Pequeño Gran Hombre no está de acuerdo con el desarrollismo y con los ministros que él designa. Comienza una serie de traslados inexplicables, primero a Mendoza por ocho largos meses, después a otro lugar en la Cordillera y de allí nuevamente a Mercedes (Corrientes) que necesita cloacas y agua urgente.
Cuando vuelve de Mendoza lo hace en un Chevrolet 46 comprado en Sauce (Corrientes) y trae a la rastra un cascajo llamado por mi hermano “el preciosaurio”. Mi hermano tiene pasión por las motos y Pequeño Gran Hombre trata de desalentarlo, pero es inútil; entonces Pequeño Gran Hombre le compra una Leguano 50 ante el horror de mi madre. A mí me trae de regalo piedras arqueológicas y algunas otras cosas, a Silvia no sé pero es la niña de sus ojos.
Sabe que nosotros, sobre todo mamá, lo extrañamos, pero el deber es el deber. Se despide de nosotros con un beso y a mí me deja cuadernos viejos usados en OSN y me dice que cada quinientos dibujos que haga me traería un regalo de sorpresa de Mercedes y que volvería cada semana los sábados por la tarde. En su primer regreso me pregunta por los dibujos, que yo no había terminado, pero igual me regala mi primer rifle y que sea la última vez, el rifle en cuestión es un Stevens a palanca transformado en escopeta y que se encuentra hoy en ACYAC como donación de la familia Raso (lo cual es falso porque se entregó en custodia muchos años después junto con varias armas que son propiedad de mi hijo Alberto y que sólo Borderes sabía).
En su segundo viaje Pequeño Gran Hombre me trae de regalo otra arma, a mi hermana un Ford “A” impecable y a mi mamá una mesa de piedra laja que aún está en mi antigua casa y una chimenea del mismo material que aún está allí y funciona. Descubre las miles de aplicaciones de dicho material e inunda todas las casas de Curuzú con dicha piedra; yo empiezo a jugar básquetbol en el club Curuzú (7 años) y Dito prepara su Leguano y la transforma en el “Búffalo”.
En su tercer viaje vuelve sorpresivamente un viernes a las tres de la tarde y esta vez sin regalos, pero con una fórmula secreta para que mi hermano pueda competir dignamente su debut, mamá rendida ante la evidencia decide hacer lo único que puede hacer y compra en lo de Don Luis Khonri un casco de protección, el viernes a la noche los preparativos son incesantes; el “Búffalo” completamente desarmado, se le cambia el juego de aros y se asienta el motor durante toda la noche (¡los vecinos agradecidos!). A las seis de la mañana del sábado el “Búffalo” está a punto, a las siete aparece la fórmula secreta de papá, Luis Basaguystei trae diez litros de nafta, y papá aceite de ricino y alcohol etílico, el “Búffalo” es una bomba de tiempo. Finalmente llega el domingo y sorpresivamente Dito se anota en todas las categorías, en la carrera están presentes los mejores corredores de toda la provincia: Lanaro, “Tolito” Reclade, el “Tarta”, Soto Verde, Cabezas y otros tantos y la flor nata de Chajarí, Sauce y los hermanos Méndez de Corrientes y la “China” Segovia de Villa Ángela. Papá observa ansioso la largada y yo veo a lo lejos a mi madre detrás de un árbol (quizá rezando). ¡Se largó! Bajan la bandera a cuadros y en la primera curva (yo de la mano de Pequeño Gran Hombre) ante el estupor general el “Búffalo” pasa raudamente con ¡ 50 metros de ventaja! Cultura dice: “El pibe Raso de punta a punta”. La segunda carrera es de 125 CC. El candidato seguro es Yardín de Curuzú o la “China” Segovia de Villa Ángela. Se larga la carrera y en la primera curva va primero Dito, la moto derrapa y cae, mi padre ataja su cabeza antes de chocar un árbol y lo levanta, Dito se pone el casco y se saca las antiparras, yo no entiendo nada y mi madre llora atrás del árbol. La carrera es a quince vueltas y Dito descuenta segundos vuelta tras vuelta y el banderillazo lo encuentra en segundo lugar. Pequeño Gran Hombre lo abraza y le dice: “Grande Dito pero ya está”. A lo que Dito responde: “No papá, todavía no, por favor”.
Se larga la tercera, candidato seguro en 200 CC, “Couri” Méndez o “Tolito” Recalde, Dito larga último, pasa a seis competidores y cuando llega a los primeros puestos corta la cadena y se saca el disco y putea y dice a Pequeño Gran Hombre: “Ahora sí papá, se terminó”. Volvemos a casa Pequeño Gran Hombre y yo y gran parte de la afición, yo miro a la izquierda y no la veo a mamá, apenas el árbol.
Todos volvemos con gran alegría, pero Dito no vuelve. Está preparando su jugada maestra, sus amigos del alma, “Nito” Raffo y el mago de la mecánica Carlitos Duarte le ayudan a reparar al deteriorado Búffalo, Carlitos corta rápidamente los guardabarros, arregla la cadena, baja aún más el manubrio y hace agujeros por todos lados a una velocidad increíble. La categoría es Fuerza Libre, se mezclan las más importantes de 200 CC y se suman las temibles 500 CC. La grilla de largada está compuesta por una Velocette, una Norton 500 de Cabezas y una Triumph, en segunda línea. “Tolito” con Gilera 250, el “Tarta” con Gilera y todos los demás con motos que ya ni me acuerdo, en última línea Dito con el Búffalo y una DKW.
Para sorpresa general en la primera curva el Búffalo pasa puntero y es una saeta gracias a lo liviano de su estructura y a Dito que está manejando acostado y sin casco, como sólo lo hacían los italianos en la época; las grandes motos son ingobernables para un circuito tan trabado como el Parque Mitre y el Búffalo no resiste tanta presión y funde el motor.
La carrera la gana “Tolito”, segundo la Velocette y tercero el “Tarta” (Cabezas tarmina en el hospital). Pequeño Gran Hombre festeja en casa lo que había visto, yo también y mamá preguntaba como habían salido las carreras, yo no entendía nada, pero festejaba. Cuando llega Dito a la casa (ocho de la noche) abre una especie de mochila y le entrega a Pequeño Gran Hombre tres copas y una medalla y se las dedica a papá y a mamá y se larga a llorar, Pequeño Gran Hombre pregunta extrañado: “¿Por qué?”. Y Dito dice: “Porque si hubiera corrido Toto Acquarone con su Ducatti Mecánica hubiera ganado las tres últimas carreras (Don Tulio no dejó que Toto corra).

Capítulo XIII
Todo vuelve a la habitualidad, Pequeño Gran Hombre sigue por un tiempo que parece interminable y en Mercedes, volviendo cada sábado con su cargamento de regalos y cada vez revisa mis quinientos dibujos y ahora los va corrigiendo, para mí sigue un misterio insondable; el del tiempo y del porqué, los eternos viajes y traslados. Curuzú (su centro de acción) camina sola, gracias al equipo de trabajo que organizó de antemano y a los conocimientos que les transmitió.

Capítulo XIV
A Pequeño Gran Hombre se le encarga que viaje a Libres, allí se hace cargo de algunos trabajos del puente Libres-Ururguayana y otros trabajos cloacales; conoce a un suizo que está a cargo del tanque de Obras Sanitarias de la Nación, se llama Bercier y habla con el estómago porque tiene una traqueotomía, es difícil de entender pero Pequeño Gran Hombre habla y se transforma rápidamente en su gran amigo. Terminada su jornada de trabajo vuelve los sábados a Curuzú con los consabidos regalos a los que agrega ahora merengues de crema chantilly (su debilidad). Silvia prepara los domingos una torta de vainillas y crema moka en forma de pirámide y mamá ravioles caseros. Todos felices y contentos. Pasa el tiempo y nuevamente otro traslado, esta vez a Mendoza por segunda vez, el misterio continúa.

Capítulo XV
Pequeño Gran Hombre vuelve de Mendoza, esta vez en un automóvil Biuck color negro, cargado de piedras, regalos, como siempre y un carrito atrás (fabricado por él) llenos de vides. ¡Qué extraño eso no es algo para plantar en Curuzú! Al llegar compra una chacra a medias con Benz, la llaman “Los Bulones” porque en el rancho que tiene solamente encuentra bulones, miles de bulones. La chacra está justamente en el fondo del aeroclub antiguo de Curuzú, no tiene alambrados, tiene once hectáreas y una laguna en el fondo, pero Pequeño Gran Hombre sabe que esa laguna no se puede secar nunca porque el agua no viene de allí sino que es una vertiente subterránea que empieza en la cantera de La Hume y baja de allí por un declive natural. Sabe donde plantar las vides ¡y crecen! Planta tomates con los que hace salsa, cebollas y toda clase de plantas de huerta, todas crecen; se venden en el mercado y con los tomates que se pasan hace salsa casera de tomates porque piensa que vienen tiempos difíciles e inventa un conservante natural y se fabrica una máquina para tapas tipo corona. Junta a las cuatro de la mañana la sangre pura del matadero (que le queda a dos pasos) y fabrica morcillas, vuelve al pueblo en su Ford “A”, monta el jeep de OSN y recorre las calles de Curuzú siempre con la misma cantinela: “No derrochen agua”.
Junto con Eugenio Sánchez y Benz realizan un proyecto para traer agua de la cantera con el método más barato conocido, hay 50 metros de diferencia entre la cantera de La Hume y Curuzú (hoy Acquarone) pero cada vez que lo presentan, inexplicablemente, ¡hay trabas!. El misterio continúa.
Pero ya no es difícil dilucidarlo (aunque a mí me llevó años) Pequeño Gran Hombre es demasiado inteligente, es demasiado peligroso e influyente para el conservadurismo del pueblo y hay que mantenerlo alejado de cualquier emprendimiento. Es aficionado a los remates. Tiene como libro de cabecera “Las fuerzas morales” de José Ingenieros, compra la biblioteca socialista (hoy parte de la casa de los Acquarone), lee a Alfredo Palacios, no tiene partido político, ¿es anarquista? Se junta con los obreros y come junto con ellos y festeja cada culminación de obras con una botella dada vuelta, come con Chico Zampaglioni, baña cauda en invierno y a pesar de ser exitoso con las mujeres, ¡es hombre de una sola mujer! Tiene filosofía propia e ideas; nada más peligroso para un pueblo conservador y para lo que viene. No está de acuerdo con Frondizi y menos aún con su Ministro de Defensa, artífice de todos sus traslados.

Capítulo XVI
Si Pequeño Gran Hombre no es nada de eso, ¿qué es? Para unos, peronista, para otros, socialista, para otros, anarquista simplemente y para todos un hombre que piensa y hace obras de bien para todos.

Capítulo XVII
Llega la Revolución Libertadora. A las seis y media de la mañana se ordena por radio la inmediata detención de todo funcionario que responda a Perón, Pequeño Gran Hombre es detenido y esposado, a las doce y media Pequeño Gran Hombre es liberado misteriosamente, no existe una canilla en Curuzú que funcione, nadie entiende nada; esto sucede repetidamente durante varios días. Yo ahora sí; es el juego del gato y el ratón, sus fieles empleados cierran todos los grifos hasta que suelten a Pequeño Gran Hombre. La Ley Marcial es decretada y hay una serie de marchas y contramarchas, es como la Guerra Civil Española, hermanos contra hermanos, amigos contra amigos. Pequeño Gran Hombre vuelve a la cárcel y recomienda a la familia que si hay peligro nos pongamos bajo una mesa metida en el marco de una puerta y que comamos las reservas y las gallinas del vecindario, la Revolución se desarrolla alrededor del mercado viejo, se ponen como barricada camiones viejos de la Municipalidad (yo recuerdo un tanque Shermann pasando por arriba de ellos). Pequeño Gran Hombre vuelve por la noche sonriendo con sus caramelos en el bolsillo, al otro día el pueblo leal nuevamente. Mi casa es rodeada de semiorugas y un grupo comando entra en mi casa, golpea la puerta y ¡es mi tío Maeso! Que venía de Monte Caseros a cargo del grupo comando y en cada una de sus cananas ¡traía chocolates Águila! El pueblo es leal, al Sargento Mayor Torres se le ordena la ejecución de Aramburu, pero no se anima y lo deja escapar del Regimiento 4 y se refugia en los arrabales de Curuzú y luego en los campos de Pichón Venta. Pero la Contrarrevolución sigue su marcha. Los civiles esconden sus armas en el cementerio y en estancias (los revolucionarios) y finalmente triunfa en medio de la algarabía de unos cuantos y la tristeza de muchos. En resumen, para lo único que sirvió fue para dividir y crear antinomias y rencores que aún existen.
Pequeño Gran Hombre sigue siendo Gerente General de OSN y ya está más allá del bien y del mal.

Capítulo XVIII
Pequeño Gran Hombre está cansado, ya lleva tres operaciones de riñón en el Sanatorio Parque de Rosario, que eran muy cruentas para la época, siempre acompañado del doctor Noziglia, tiene efisema de pulmón y otros males que nadie sabe. El hombre de acero sigue haciendo sus cosas y cumple con sus obligaciones rutinarias, siempre insistiendo en la falta de agua; después de un largo período aparece nuevamente por Curuzú el ingeniero Albertelli y le insiste en que construya una pileta de natación en la casa de OSN; se opone, pero Albertelli insiste y finalmente la construye, pero del tamaño de una “Pelopincho” grande, la hace elevada, con fondo de piedra laja y con renovador de agua para no gastar más de lo justo y necesario. A todo esto nosotros nos repartimos de casa en casa porque ya mi madre con sus ahorros había comprado la casa de Juan de Vera Nº 732 que había remodelado mi padre y pone la famosa “Casa Silvia” en la parte de adelante, en el cuarto de atrás se dedica a la manicuría, maquillaje y pedicuría y al fondo un baño y luego una puerta que comunica a la pieza de Dito.
Dito viaja a Rosario a estudiar odontología, Silvia está en tercer año del Colegio María Auxiliadora y yo entro a primer año del Colegio Nacional, mientras papá traslada toda la biblioteca socialista (comprada en remate y por la cual no hubo ofertas). La casa de OSN ya tiene un gerente nuevo, se llama Rosich y es más petiso que mi papá. Pequeño Gran Hombre le enseña todo lo necesario para desempeñar su cargo y se dedica a inspeccionar y a construir. Aparece la bodega Tunquelén de Moffal y Hermanos (ubicada de la estación de ferrocarril) y papá reconstruye el edificio según las técnicas nuevas. A raíz del éxito de dicha bodega, aparecen por nuestro querido pueblo muchos paracaidistas y aventureros; en camino a la estación, en uno de los tantos sitios y terrenos que papá posee, se instala la bodega “Emilio Gaberione S.A.” a cargo de dos porteños, Bretti y Saporano, y Pequeño Gran Hombre realiza sobre su terreno las reformas necesarias. Extrañamente el terreno figuraba a nombre de mi padre hasta hace algunos años (los impuestos los pagaba el escribano Guglielmone).
Pequeño Gran Hombre compra el terreno de Ombú, tenemos entrada gratis a los circos y parques de diversiones y además Pequeño Gran Hombre dice que nunca se desprendan de él porque allí paró Belgrano en la Campaña del Paraguay (pese a la opinión contraria de otros historiadores yo creo en Pequeño Gran Hombre). Pequeño Gran Hombre sigue haciendo obras, todas con materiales comprados en distintos remates.
Siguen apareciendo paracaidistas en Curuzú, pero buena gente. Focchi no sé que es, la mujer es profesora de Artes Plásticas; valen la pena y construyen un chalet para Focchi y uno para Felipe Adaime.
Pequeño Gran Hombre viaja todos los meses a Rosario y escribe una carta cada dos días para Dito, Nito y Carlitos Duarte y quizá alguno más, sus viajes son una delicia, comen invariablemente en el mejor restaurante de la zona “El Ritz”; a veces me lleva y como milanesas a la napolitana con papas fritas invariablemente. Sabe que Dito es asmático de nacimiento y en cada una de sus cartas le habla de las propiedades de la miel con frases como esta: “ La vida y el amor tienen siempre la dulzura de la miel” o “la vida tiene sabor a hiel y el amor a miel”.


Capítulo XIX
Pequeño Gran Hombre está descansando en la reposera mecedora como era la costumbre de la época (que aún se conserva) y jugando y dándoles caramelos a Rodolfito Debona y a cuanto chico pasa y de pronto Rodolfito se le escapa y va a cruzar la calle, papá ágilmente lo detiene y llama a María (su madre) entra su silleta cansinamente, se acuesta y llama a mamá; son las ocho y media de la noche de un 6 de agosto. Mamá llama a Noziglia que en pocos minutos está en casa, lo revisa, le hace una serie de preguntas y en media hora sale y dice: “Doña Silvia, prepare sus valijas que esta madrugada salimos a Rosario”, Silvia y yo estamos desesperados y no entendemos nada. Dito en Rosario espera y desespera en la puerta del sanatorio Parque, pero piensa que es otro ataque de riñón; extrañamente mamá está tranquila y enferma. No puede ser de otra manera. El diagnóstico es fatal, cáncer de cerebro con posibles metástasis en otros lugares, se somete al último de los adelantos de la época, la famosa bomba de cobalto, se le hacen varias sesiones y al mes lo traen de vuelta. Dito y Noziglia saben que ya no hay más nada por hacer. Mamá se encierra en un mutismo aterrador pero no se entrega, recurre a todos los curanderos de la zona y por último al “Pai Guaraní” (curador famoso de Uruguayana) quien va durante varios días y parece mejorar, pero la suerte está echada y la taba salió culo.
Extrañamente su cerebro sigue actuando como siempre, pero ya nunca más sale de la casa. En las tardes me explica con una facilidad asombrosa la Teoría de la Relatividad de Einstein y la dibuja (o escribe) en un papel en blanco, me dice que los platos voladores existen pero ¿qué vienen del Tibet?, me cuenta que nuestro pueblo no tiene napas subterráneas, que en Mercedes hay petróleo, que la laguna Iberá se conecta con La Cruz, Alvear y ¿con túneles jesuitas?, ya más entrada la noche me enseña la Cruz del Sur, las Nebulosas de Magallanes, el Puñal de Orión, Los Siete Cabritos, todos los planetas y constelaciones. Otro día me cuenta que la historia de Colón no es así, que Belgrano no fundó Curuzú sino el Marqués de Avilés y que el acta verdadera de Curuzú la tiene un rematador llamado Lidueña (cosa comprobada personalmente hace tres años y hoy se encuentra en ACYAC gracias a gestiones de René Borderes), que los colores de nuestra escarapela y bandera no fueron así por inspiración de Belgrano sino por otra causa que hoy todos saben. Y así día tras día me va contando cosas asombrosas para mí, me habla del enigma de las pirámides y de lo que significa el número PI en el esoterismo, me explica de jesuitas y masones, los relaciona con la Inquisición Española y con teorías antes de Cristo. Otro día me dice que la matemática no es una ciencia exacta, habla de la Teoría del Caos (hoy en boga) y así sucesivamente y yo con eterno asombro le hago las más variadas preguntas y él me las contesta con una precisión absoluta y fácil de entender.
Yo ya dibujo muy bien y jugaba al básquet y hacía todos los deportes conocidos y también sobre ellos me aconsejaba y siempre decía: “No hay que facilitar animal de poca figura”: Silvia está en quinto año a punto de recibirse, a Dito le falta ya muy poco y yo estoy terminando primer o segundo año.
Pequeño Gran Hombre tiene hasta el fin un carácter agradable y jocoso.
Voy a contar cincos anécdotas:
1) Un día haciendo una mensura en campo de Ávalos lo sorprende una tormenta en su caballo, el cielo estaba negro y Pequeño Gran Hombre sin fósforos, ve una vela encendida y era una de las tantas tumbas que hay en el campo, se baja del caballo y dice: “Con permiso del finado voy a prender un cigarrillo”. Y la tumba le responde: “Prenda nomás mi hijo”. Papá saltó para atrás como un gato y sacó su infaltable Beretta 6.35 y vio que de atrás se paraba un hombre que había prendido una vela para su hijo (no sé si en realidad no salió disparando hasta Curuzú)
2) Cuando volvió de Mendoza de su primer viaje le trajo a Dito su primer auto “el Preciosaurio”, una chatarra desarmada íntegramente y Dito dijo: “¿Y esto me traés?” A lo que papá contestó: “Vos me pedistes un auto: ¡ahora armalo!” (Dito lo armó)
3) Jugando una partida de ajedrez con Silvia, Silvia le dijo: “¡Estás perdido! Tirá la reina”. Y papá se levantó y suavemente le sacó la silla a mamá y la dejó en el suelo (mamá es de apellido Reina) Sonoras carcajadas.
4) En asado con Zugasti le aportó 10 pesos que él no se comía cinco chorizos, Zugasti agarró los 10 pesos colorados y dijo: “¡Traé los chorizos!”. Papá se levantó y trajo cinco ristras de chorizos sin atar (Zugasti perdió)
5) Papá me apostó el arma de la semana a que yo no podía poner parada una aguja en el borde de una botella y él sí, yo por más que intenté no pude hacerlo, él simplemente agarró dos tenedores, un corcho y la aguja e hizo el viejo truco de los equilibristas del circo que yo enseñé luego a todos mis hijos (lo mismo me dio el arma antigua)

Además de ellos nos enseñó miles de trucos y el más repetido por mí: ¡el preguntón! Una noche muy estrellada había y él me dijo: “Sincuenta” y se fue, yo me cansé de contar estrellas y le dije: “Papá, conté más de doscientas y hay más todavía”, a los que él me contestó: “Yo te dije sincuenta, no cincuenta”. Por eso ese número es para mí especial y significativo.

Capítulo XX: El reposo del guerrero
Pequeño Gran Hombre ya está acostado, es 7 de diciembre, llama a mi madre y le dice en todas las personas que puede confiar y en las que no, (por obvias razones no las voy a contar) pero que esté tranquila porque mañana tiene que viajar y no sabe cuando vuelve, Dito está en casa y no sé si ya se recibió, Silvia termina el ciclo y se recibe de maestra, yo voy al Club Curuzú a entrenamiento y cuando salgo me meto en la pileta del Club Curuzú a escondidas de Don Anselmo Ganancias. A las nueve y cuarto escucho gran alboroto en mi casa y voy a la pieza de papá, de la cual el doctor Noziglia y Bentolila me echan. La puerta se abre nuevamente y Noziglia me dice: “Tu papá ya no está” y Dito me lo explica lo más suavemente posible, la niña de sus ojos entra llorando a la pieza y le coloca su medalla de plata de mejor segundo promedio en los cinco años. Papá muere exactamente a las ocho de la mañana del 8 de diciembre de 1963. El 11 de diciembre es mi cumpleaños y cada año que pasa lo extraño y lo necesito más. Pequeño Gran Hombre tenía 42 mentirosos y reales años. Esta historia es rigurosamente real y es el homenaje que le dedico a este ser que creo no era de este mundo. Hoy él vive en mi corazón.

Alberto Raso – Tatín –

Obras son amores y no buenas razones - Archivo fotográfico



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