lunes, 1 de marzo de 2010

Cualquiera tiempo pasado fue mejor (Manrique)

Capítulo I: Entre Corrientes y Curuzú
Yo siempre traté de hacer lo que me gustaba, pero era imposible, ya que tenía que hacerme un porvenir, pero dejar atrás todo mi yo interior era difícil para ello tenía que armarme de valor, y dejar todo que quería, mis defectos, mis amigos, mi madre, mi hermana, mi hermano y muchas cosas más, que me habían marcado en Curuzú y la nostalgia tendría que dejar atrás y mirar para adelante, eran tiempos buenos, eran tiempos gloriosos en que solamente los muy pobres no podían hacer lo que querían y creo que hasta esos podían lograr todos sus sueños.
Mi madre ya me había conseguido tres lugares para vivir y uno que podía comprar, creo que no haber aceptado que mi madre me compre una linda casita fue uno de los grandes errores de mi vida, pero no quise hacerlo por un orgullo estúpido o sino porque inconscientemente lo que realmente quería era volver a Curuzú. Mi madre me subió de una oreja a un nuevo falcon que tenía y trajo de “custodia” y chofer a mi hermana Silvia. Cuando llegamos a Corrientes, mi madre me mostró todos los lugares en que podía parar y por supuesto que hice lo peor que podía hacer, me fui a vivir a un castillo que estaba abandonado desde hacía cuarenta años en el que sólo había ratas y pisos de madera podridos y arruinados. Pero lo importante para mí era estar solo y poder estudiar sin que nadie me moleste y llorar mis “añoranzas” por mi pueblo sin que nadie me escuche. Elegí lo que hoy es el castillo “Roberts”, que había pertenecido gobernador de esta provincia.
Mi madre me compró todos los muebles y demás enseres que necesitaba para vivir, me compró algunas cosas más para poner en la heladera y se volvió con mi hermana a Curuzú.
El castillo no quedaba a más de 10 cuadras del centro, pero en esa época no existía en Corrientes, cualquiera que viviera después de la avenida 3 de abril y menos si eras estudiante, y menos aun si no eras hijo de estanciero o de triple apellido.
Yo no estaba preparado para nada de eso, pero era menester hacerlo y lo hice. Mi intención real era estudiar Diseño Gráfico o algo similar, ya que tenía aptitudes para ello, pero gracias a Dios esa carrera no existía en Corrientes y para estudiar algo similar había que cruzar el Chaco y como el puente no existía, el viaje se hacía en el vaporcito y duraba más de una hora cuando no había inconvenientes y el ancho río estaba tranquilo.

Capítulo II: Volviendo a Curuzú
A las dos semanas no pude más con mi nostalgia y volví a Curuzú con lo más rápido que había, el coche motor del F.C.G.N. que ponía casi siete horas para llegar a Curuzú. En el coche motor me encontré, para mi grata sorpresa, con muchos de mis amigos que volvían y con otros amigos de otras localidades que yo conocía por distintas razones, el coche motor era sumamente divertido, porque allí pasaba de todo, al igual que en el bar Colón, con la diferencia que los amigos eran distintos y que en el bar los sandwiches eran de mortadela y queso y de queso y mortadela, la variedad era angustiante, y las bebidas eran Indian Tonic y naranja Bilz y Naranja Bilz e Indian Toni, los postres no existían y las galletitas eran “Criollitas” de Terrabusi, generalmente húmedas e incomibles. Gracias a Dios casi todos llevábamos un avío con provisiones que generalmente consistía en algún pedazo de pollo, huevos duros y sandwiches buenos, tipo “bar Colón”. El baño del coche motor siempre estaba ocupado y cuando lográbamos entrar, el olor nos hacía salir rápidamente o había que usar “máscaras” de gas.
Cuando el viaje era normal (que nunca lo era) llegábamos a Curuzú a las 8 de la noche o a las 7 de la mañana. En ese primer viaje yo llegué a las 8 de la noche y por “rara casualidad” (no tan rara) había baile en el Social.
Mi madre me miró sorprendida (o quizá contenta) y me preguntó: ¿qué hacés vos en Curuzú? Yo contesté: Vine para avisarte que decidí cambiarme de carrera, mi vieja se puso contenta porque siempre se había opuesto a que yo estudie Diseño Gráfico y me preguntó qué carrera había elegido y yo contesté “Abogacía” y me acordé de la máxima “serás lo que debas ser o serás abogado” (hoy recomiendo a todos los chicos que están indecisos que estudien abogacía porque es una carrera en la que se aprende de todo, tal cual el Colegio Nacional). Ese fin de semana la pasé de película porque me reencontré con mis viejos amigos de Curuzú y los que volvieron de Corrientes al mismo efecto y cada cual con su cada cual fue al baile del Social en el que tocaban “Los linces” de Concordia y “Los estudiantes” de Curuzú. Para mí la diversión fue el doble porque antes del baile jugamos un partido de básquet contra San Martín y por supuesto los pasamos por arriba, era marzo del 68 y el club Curuzú ya había formado una nueva escuadra, en la que faltaban el Piri, Matungo, Laprovita y algún otro, pero quedaban Carlitos Jacobo, Lechón Ramírez, Jorge Castro, Eduardo Lindsay, Tito Guglielmone, E Chalo Marcelino, el Pacha Chamorro, algún otro y yo.
Me quedé 3 día en Curuzú hasta que nuevamente me agarraron de las orejas (que cada vez estaba más larga) y tuve que volver a Corrientes, esta vez en el colectivo de la empresa “El Tala” que era de esos tipo lechero, que paraba en todos lo pueblos y alzaba gente en el camino hasta que el colectivo se hinchaba como sapo.

Capítulo III: Comenzando el Cursillo
Comenzar el cursillo fue toda una odisea, ya que el cursillo, para entrar a la facultad no se hacía por calle Salta sino en la Escuela Regional, había que recorrer un largo camino porque un solo colectivo (el 5) te llevaba hasta allí. De mis amigos de Curuzú nadie entró a Abogacía, allí conocí los primeros de aquí, varias mujeres del Chaco, pocas de aquí y ninguna de Curuzú. Estaba perdido como turco en la neblina hasta que hice nuevos amigos, el gallego Collado, Carlitos Neumann, Ricardo Billingurst, José Cunha Ferré, Jesús González Cabañas y muchos más que no me acuerdo, pero que seguramente se irán apareciendo sucesivamente a lo largo de este y les iré contando quienes eran, sus anécdotas, las cosas que hemos pasado juntos y todos los momentos buenos-malos que tengo de ellos. El cursillo fue duro, pero interesante, ya que al igual que en Curuzú, los profesores eran de primera y diría que estaban a la altura de los mejores de Buenos Aires, un caso especial eran: Blasco Fernández de Moreda, Fernando Vargas Gómez (P), Días Ulloque, Kornel Zoltanmenetz, Contreras Gómez, Gallino Yansey y otros tantos.
Terminado el cursillo, todos los que nombré lo aprobaron y los que no nombré (que también eran amigos) quedaron para después.

Capítulo IV: Lugares comunes
Todos los curuzucuateños vivíamos separados, pero teníamos 4 o 5 lugares comunes, el primero y más importante era el comedor universitario, el segundo era el bar “El Piccolo”, tercero la confitería mutante “Panambí” (digo mutante) porque a la noche se transformaba en bote mientras que arriba seguía funcionando como confitería, salón de té y otras yerbas, “La Sacala”, “La balsa”, “el Hadas Bourg” (sólo apto para los de la alta sociedad) y otros más, todos y cada uno con características especiales.

Capítulo V: Todos y cada uno
El comedor universitario: el comedor universitario tenía aproximadamente un cuarto de cuadra de manera rectangular, pero la cola para comer era redonda y tenía solamente unas cincuenta sillas para las mujeres de encargue o muchachos con problemas, la comida era horrible pero variada, es decir, de lunes a viernes a la mañana todas eran distintas, pero la otra semana volvía a repetirse el menú invariablemente y un día a la semana la sopa “misteriosa” tenía laxante, así que nuestros intestinos funcionaban de primera. El comedor sólo funcionaba de mañana y a la noche “a pelarse los de Saladas”.
En ese comedor pasaba de todo, había revolucionarios enteros, revolucionarios de café, liberales comunes y otros que andaban para el “lado donde sopla el viento” y eran tipo “camaleón” que cambian de colores según la ocasión.
Entre los revolucionarios enteros estaban el negro Osan, el cuervo Gervasoni, el flaco Grinka y la más interesante de todas, una joven recién casada con otro revolucionario entero, que estaba de encargue y cantaba en forma sublime y con una voz tan potente que no necesitaba micrófono, se trataba de Teresita Parodi y cantaba canciones referentes al Che y la más linda que era “Tonada de Manuel Rodríguez”, en ese era una revolucionaria entera, pero como suele suceder, la plata y la ambición cambian a las personas y cuando triunfó en Buenos Aires se olvidó de sus ideales y pasó a ser Teresa Parodi, menos revolucionaria y con más plata en el bolsillo y finalmente se transformó en una integrante del K-K-K, es decir pasó a ser nada más que una simple despota con plata.

Capítulo VI: Volviendo a Curuzucuateños
Primeras macanas: Yo seguía viviendo en la mansión “Roberts” pero por suerte nunca me faltó un peso en el bolsillo y mi ropa era buena. Cacho Basualdo y yo teníamos la misma talla y alternábamos ropa los viernes, sábados y domingos. La primer macana que me mandé fue en la confitería “La scala” y la cosa fue así: el gordo Pintos, Basualdo y yo subimos la escalera y empezamos a bailar, Cacho bien como siempre, el gordo bien y yo a los pisotones como siempre, pero siempre Cheek to cheef como siempre. La primera que saqué a bailar me preguntó: “¿de dónde sos?” Yo contesté de Curuzú, ella preguntó: “¿entonces debes tener campo o algo así?”, yo contesté: “No, mi mamá tiene una boutique bastante grande.” Terminó la pieza y me dijo gracias y se fue a sentar. La segunda que saqué a bailar me preguntó casi lo mismo y yo contesté lo mismo, nuevamente se fue a sentar y siempre el mismo resultado. La tercera igual, la cuarta igual y la quinta igual. Yo ya estaba bastante molesto y saqué a bailar una chica de triple apellido, que era candidata a reina del carnaval y me pareció bastante más agradable que las demás y curiosamente es prima o sobrina de un amigo actual que se llama Miguel Galantini. Bailamos dos o tres piezas y todo seguía bien hasta que “zaz!” la pregunta de siempre; yo la apreté aun más contra mi cuerpo y le dije al oído: “mi papá falleció y mi mamá tiene una cadena de prostíbulos”. Ella preguntó que era eso, yo contesté: “quilombos”. No alcancé a escuchar todas las puteadas que me echó y me fui con una argeladura total.
El gordo y cacho siguieron bailando y yo me quedé sin el pan y sin la torta. Allí me di cuenta que Corrientes no era Curuzú, ni Mercedes, ni Caseros ni nada y que era nada más que la capital de la provincia. Capital vana y estúpida donde la gente valía nada más que por su “rancio abolengo”.

Capítulo VII: El oso y el pozo
Una noche en que estaba estudiando en mi propio “castillo”, Ciro, el pata de palo (Osvaldo Reppeto) y el gordo Regunaga que ya había venido a Corrientes a tocar con el conjunto “Mantra”, quisieron hacerme una broma bastante “pesada” y vinieron hasta mi castillo haciendo ruidos extraños y con una larga cadena que arrastraban por el piso. Yo algo presentía al respecto y estaba alerta y preparado para ello, y en caso de apuro tenía la vieja Bereta 6,35 que había heredado de mi padre y estaba a dispuesto a tirar unos tiros al aire para que los asustados fueran ellos, pero no hizo falta ya que la cosa fue exactamente así: Ciro y el gordo entraron con sus ruidos y cadenas alumbrándose la cara desde abajo y el pata se quedó en la puerta porque le era difícil subir los escalones, al quinto paso que dieron el gordo y Ciro, las maderas del piso podrido se rompieron y “bodoque” (pesaba más de 120 kg) apareció en el sótano sin necesidad de “ascensor” y aplastó ratas, cucarachas y toda especie de animal viviente que había allí. Ciro salió disparando como cohete y batió todos los récords de velocidad, el pata no sé como se arregló pero hizo lo mismo y el pobre gordo quedó clavado en el fondo del sótano a los gritos pidiendo auxilio a todo el mundo. Yo conocía todas los vericuetos habidos y por haber en mi castillo y busqué la entrada del sótano y lo busqué al gordo en la oscuridad hasta que lo encontré y lo pude sacar con mucha dificultad del pozo, el gordo lloraba y subimos lentamente por la escalera con mucho cuidado que no pasara lo mismo, hasta que al cabo de 20 minutos pude sacarlo.

Capítulo VIII: Cambiando de pensión
Unos largos 8 meses pasé en el castillo “Roberts” solo, pero un día el dueño decidió hacer un pensionado y alquilar piezas a estudiantes, y así lo hizo. El primero en llegar fue un atorrante, que hoy es un abogado “angau” de consulta y que fue el motivo de mi abandono de mi querido Castillo.
Mamá siempre me mandaba “provisiones” para que me duren hasta fin de mes, hasta que un día dejaron de aparecer “misteriosamente”, yo llamé a Curuzú y le pregunté qué pasaba, ella me contestó que siempre me las mandaba y que era imposible que no llegaran porque las mandaba por correo y con aviso de retorno. Me quedé pensando hasta que al fin me decidí y le hice un “allanamiento” a la pieza del fulano y vi todos los restos de mis queridas latas de dulce de leche hechos con leche condensada y los restos de mis escabeches de “Biscacha” y otras tantas latas más encondidas bajo su cama. Agarré todas mis pilchas y busqué otra pensión y me fui, pero antes de irme le pequé la paliza más grande de su vida y estoy seguro que nunca más habrá tocado una encomienda más que no le pertenezca.

Capítulo IX: La pensión de los Meana Colodrero
Luego del incidente con el “abogado de consulta” me fui a la casa de los Meana Colodrero, una casa especial y tan grande que entraba por Rioja y salía por calle Salta. Para entrar en esa pensión tenías que tener muy buenas referencias y un comportamiento especial ya que la abuela de los Meana Colodrero no permitía la entrada de mujeres, solamente sus nietas Marrylin y Rubia y otras amigas de la alta sociedad. Tardé 2 días en conseguir las “referencias” y en ese lapso de tiempo la pensión se llenó ya que quedaba a la vuelta del comedor universitario.
La señora me pidió disculpas y cuando me estaba yendo me llamó nuevamente y me preguntó si me animaba a vivir en un altillo de 4x4 que estaba en la parte superior del segundo cuerpo de la casa, yo contesté rápidamente y sin pensarlo que Sí, aunque no conocía el lugar y no sabía el lío en que me estaba metiendo. Traje todas mis cosas y subí al altillo como pude, ya que su escalera era una mezcla de caracol con algún descanso raro. Había que subir en partes tipo figura “egipcia” y contorsionarse como una víbora para llegar al habitáculo de 4x4. El altillo tenía una forma de pirámide en su parte de arriba con chapas y sin entretecho, las ventanas no existían y la única ventilación era una banderola de 40x40 cm situada a dos metros de altura y daba sobre la calle Salta. Era pleno febrero y las cucarachas aleteaban sus alas para abanicarse, la temperatura en invierno era de –10 grados y en verano 60 grados por lo menos, pero el lugar tenía un secreto que yo aun no conocía. El Dr. Andreu, vivía por calle Salta y era el padre de Rubia Meana, de Marylin y de Pepo que era todo un personaje. El Dr. Andreu era director del hospital psiquiátrico y su secretario un “loco” bueno al que escuchábamos contar historias raras hasta altas horas de la noche. Una siesta tratando de tomar un poco de aire, me subí a una silla y saqué la cabeza de la banderola y vi el espectáculo más hermoso que podrían ver ojos humanos: Rubia Meana y Marylin estaban tomando sol en la terraza de su casa en bikini preparándose para los carnavales, donde siempre salía reina de la mejor comparsa. Eso era una constante que se repetía año tras año y cuando no salía reina de belleza, salía reina de la simpatía o de las bastoneras o cualquier cosa.
Yo mantuve el “descubrimiento” lo más que pude, pero en unos días más todo se descubrió y yo cambié mi “horno” por una de las piezas de abajo, amplia y confortable, pero compartida, mi “status” había cambiado.

Capítulo X: La casa de los Acquarone
En la casa de Ciro vivían algunos extraños personajes como Osvaldo Reppeto, Marito Portillo (que no vivía allí sino a la vuelta) Ciro, Toto, Ariel y algún otro que no recuerdo. Era una casa tipo chalet muy confortable, allí se reunía un montón de gente a la noche y pasaba de todo. En la casa de al lado había un almacén tipo supermercado que se llamaba “Don Pepe” (aun existe) y del otro lado una familia que tenía como hijo un pequeño diablito, que se transformó en mascota del “equipo”.
A partir de las cuatro de la tarde, la casa se transformaba en gimnasio y aparecía un profesor de boxeo llamado “Beretia” y enseñaba box al quisiera aprender. Con él aprendieron a pelear muchos que fueron grandes boxeadores, pero que nunca fueron profesionales, entre ellos Abel Callaba, Nacho Regí, Carlitos Pozzi y Toto Acquarone, casi todos grandes estilistas y algunos como Toto con una trompada demoledora. Ciro mirábamos de afuera, porque para que Beretia te enseñara el primer paso a seguir, era depurar el cuerpo, y eso consistía en tomar durante algunos días dos o tres cucharadas de “leche de magnesio”, y al primer estornudo te hacías encima.
Nuestra “mascota” nos tenía podrido a todos los habitués a la casa, hasta que un día le hicimos una broma que creo que aun recordará; Ciro y yo le dijimos que Reppeto era un marciano, Danielito no lo creyó y nosotros seguimos insistiendo y Danielito tampoco creía hasta que un día le dijimos que levante el pantalón y le mire por abajo de la media, Danielito se metió debajo de la mesa y le levantó suavemente el pantalón (Osvaldo ya lo sabía) y le bajó la media y vio una pata completamente rosada, salió pálido debajo de la mesa y para corroborar que era así le pegó una patada feroz, el sonido fue un “toc”, que parece que fue bastante convincente, porque “Danielito” huyó despavorido y no apareció por un largo tiempo.

Capítulo XI: Amigos nuevos
Los curuzucuateños cada vez nos veíamos menos y sólo nos juntábamos los sábados y domingos, pero la vida continuaba y todos estábamos bien y eso nos bastaba. Yo ya había hecho algunos amigos en Corrientes como Yiye Llano, Carlitos Neumann, Ricardo Billingurst y otros, pero uno de los más singulares y valientes era Carlitos Neumann. Carlitos tenía un hermano normal que estudiaba en Santa Fe y era mayor que él, y digo normal porque Carlitos era único y singular. Carlitos se crió con su abuela, su madre y su padre y era el preferido de su madre, nunca comió otra cosa que lomito y puré de zapallo y papa y jamás tomó nada que tenga alcohol. A la siesta nos encontrábamos en el “Panambí” que era una de las pocas confiterías que tenía aire acondicionado, él nos esperaba que viniéramos del comedor y me guardaba el azúcar del café (cosa que años después hacía mi mujer) ese lugar era como el comedor universitario donde iban todo tipo de personas, algunos revolucionarios enteros, algunos semiidealistas, otros revolucionarios de café y pocos idealistas enteros. Entre estos últimos estaba Carlitos que nunca cambió sus ideales por puestos públicos ni por plata y que siempre y hasta murió siendo peronista. Era un caso raro porque lo normal en Corrientes en esa época eran los liberales o los autonomistas y unos pocos radicales que “no pinchaban ni tocaban” y los de izquierda menos. A Carlitos le decíamos “cabeza de selenita” porque sus características eran así, hasta que un día cambió de nombre en un instante y fue en una siesta que entró el gallego Collado Macías y preguntó al mozo por Carlitos, el mozo le preguntó ¿quién? Y el gallego dijo: el “carita de violinista”, el mozo lo identificó de esa manera y allí pasó a ser “carita de violinista”
El primer viaje que hice a Curuzú con Carlitos, fue a los seis meses de terminar el cursillo, y junto con el cursillo y ese viaje se terminó la candidez y la inocencia de Carlitos. Convencerle a la madre de que lo deje ir a Curuzú fue toda una odisea, pero intercedió su padre y le fue concedido el permiso. Llegamos a Curuzú en el coche motor de las ocho de la noche y nos fuimos a bañar para salir, yo aún vivía en Juan Vera 732 y su primer experiencia y puteada fue contra el agua de Curuzú, tardó como una hora en bañarse y cambiarse y cuando estuvo listo, se me ocurrió la “brillante” idea de decirle que me esperara en el Bar Colón en las primeras mesas y que preguntara a Coco o a Luque donde se sentaban mis amigos. Coco le mostró la tercer mesa y Carlos fue hacia allí. Para su y mi desgracia estaba sentado el “zurdo” Martene, el gordo Martínez y Tito Leiba, mezcla explosiva para la inocencia de Carlitos. Yo llegué a la media hora aproximadamente y entre el “zurdo”, Tito y el gordo ya se habían tomado varias cervezas y Carlitos estaba en un estado calamitoso. Lo llevé nuevamente a casa y lo metí en la bañera con agua fría hasta que se le pasó la borrachera y volvimos a salir y fuimos al baile de carnaval en el club Curuzú, nuevamente el zurdo aparece en escena y esta vez con varios más. En Curuzú Carlitos se enteró de que existían los nuevos fritos, la cerveza, el Whiskey y queso. Volvió hecho un hombre osado, valiente y decidido y afecto al alcohol, como los curuzucuateños de la época.
Solamente voy a contar una anécdota de Carlitos para que los lectores sepan por qué dije “valiente” al principio de este escrito. Carlitos Neumann siempre fue noble y leal a sus amigos y a las pocas novias que tuvo y nunca nada ni nadie le hizo torcer el brazo ni cambiar sus ideales, cuando tuvo que decir cosas las dijo de frente y las sostuvo aunque para ello tuviera que perder todo lo que había logrado a través de los años.
Cuando suele suceder cuando un “primerizo” se enamora, cree que el amor es para siempre y que después de ello no hay más nada, Carlitos creyó eso y se enamoró perdidamente de una mujer que no estaba a la altura de él. Un día Carlitos se enteró con lujo de detalles que su novia lo traicionaba y allí comprendí lo que es la valentía real de las personas. Carlitos no hizo ni dijo nada hasta que se dio el momento oportuno; la noche siguiente al hecho Carlitos se fue al “Hadas Boure”, lugar al que sólo iban las personas de “rancio abolengo”. Su novia estaba sentada en una mesa con varias amigas y dos metros más allá, su amante secreto riéndose a carcajadas quizá contando esa aventura, ya que era una costumbre normal entre los correntinos deshonestos de esa época. La música estaba sonando a todo volumen y Carlitos pidió silencio; se cortó la música y se subió arriba de la mesa y dijo exactamente así: “Señoras y señores, esta señorita es mi novia, se llama XX y anteanoche me metió los ‘cuernos’ con el señor XX que está sentado allá”. Se bajó de la mesa y se fue. En el “Hadas” se hizo un silencio de radio, hasta que José Cunho Ferré y otro amigo llamado Charly Pérez Rueda empezaron a aplaudir y finalmente todos aplaudieron, la novia rompió en llantos y el “corneador” quedó rojo. Yo fui testigo de eso y lo acompañé hasta la casa sin decir palabra, hasta que Carlitos me abrazó y me dijo: No te preocupes, la vida continúa. Ese Carlitos Neumann, es el Carlitos que conocí y hace unos años viajó a mis sincuenta estrellas y allí está esperando a todos los que lo conocimos y lo amamos.

Capítulo XII: Viajando en un Artez Westerley
En uno de los tantos viajes que hice de Curuzú a Corrientes me encontré con Toto Acquarone y Ciro que ya había empezado a hacer su pequeño gran imperio, les pedí que me llevaran y los dos estuvieron encantados de hacerlo, la ruta desde Curuzú aun era de ripio, pero desde Mercedes a Corrientes, coviar, ya había terminado con orgullo el tramo Mercedes-Corrientes y desde allí ya no había más ningún problema, el único problema es que los trenes funcionan a la perfección y había que tener cuidado en los paso niveles y en la curva que había diseñado el flaco Gordini (hombre bonachón al que llamábamos “flaquini” por su parsimonia) salimos de Curuzú en el nuevo auto de Toto y fuimos muy ligero en el ripio, pero no pasó nada, la cuestión fue cuando llegamos a Mercedes. Toto y Ciro siempre fueron afectos a hacer bromas y al llegar a la caminera, el policía que nos detuvo era de Corrientes y no conocía el nuevo auto de Toto y nos detuvo, nos preguntó a todos por los documentos y adónde íbamos Toto le contestó Corrientes y antes de salir le hizo una pregunta jocosa al policía, le dijo ¿no vio pasar un Artez Westerley color azul? El policía pensó un momento y nos contestó: “No, pero recién pasó uno colorado”. Y nuevamente nos detuvo y empezó a hacernos toda clase de preguntas y nos pidió que abriéramos todas las valijas, hasta que salió un policía que nos reconoció y pasamos sin problemas, pero la duda me quedó hasta hoy ¿Quién tomó el pelo a quién? Nunca podremos saberlo!

Capítulo XIII: Igor y la cueva de Alí Baba
Yo pasé por tantos trabajos y situaciones en mi vida y me han pasado tantas cosas que mis recuerdos se mezclan, pero de Igor jamás podré olvidarme porque fue uno de los hombres más raros que conocí.
En ese entonces yo trabajaba en lo de Zitrinovich en su viejo depósito sobre avenida Maipú al 300 y lo ayudaba en los remates haciendo todo lo que podía. Invariablemente Igor traía un reloj por semana para vender, pero no era cualquier reloj, el de menor era un Rolex o un Ulises Hardin. Los primeros remates no me llamó tanto la atención, pero el noveno remate lo “encaré” directamente y le pregunté si podía hablar con él después del remate, él asintió con la cabeza y me esperó una hora en el Rayo del Sol, hasta que terminamos de hacer las boletas y cerramos el negocio. Le pregunté dónde vivía y me dijo en una rara mezcla de italiano y ruso que vivía cerca del puerto en una pensión, le pregunté si podía acompañarlo y me volvió a contestar afirmativamente. Lo acompañé hasta ese lugar y le hice toda clase de preguntas hasta que llegamos a su pensión que quedaba justamente frente al actual colegio Yapeyú, se despidió en la puerta y cerró su pieza con varias llaves.
No lo vi más hasta el próximo remate (Zitrinovich hacía remates todas las semanas) y nuevamente lo mismo, lo acompañé y cuando llegamos creí que iba a ser igual, pero no fue así, me invitó a pasar y como la curiosidad es más fuerte que yo, entré más rápido que un bombero. La pieza era de tres por tres y había por lo menos 40 baules de joyero apilables y apilados, debajo de una pequeña cama también había baules, levanté la cabeza y vi un enorme cuadro del teatro La Scala, con un tenor y su acompañante una mujer bellísima y de facciones perfectas y pegado al cuadro un programa de los números del teatro, me acerqué y pregunté quiénes eran, Igor contestó en su media lengua: “Mala mujer y yo”. Yo no podía entender nada, todo eso me superaba, hasta que pude reponerme y le pregunté qué hacía en Corrientes un hombre que fue primera estrella en la Scala de Milán. Nuevamente en su media lengua me dijo que estaba cantando en el Vera, con el maestro De Biasi y que se rebuscaba vendiendo relojes. Lo invité a almorzar a las tres fe la tarde y fuimos al restorán Brisas del Paraná y allí me contó toda su historia y lloró, yo no sabía qué hacer y dije: “Igor, la vida continúa”. Nos fuimos, y de allí en más fuimos grandes amigos, cada día nos veíamos y él me mostraba con nostalgia sus fotos cantando en la Scala y me fue mostrando uno a uno todos sus tesoros y todos los días me regalaba algo, menos las piezas de oro, algunas veces las aceptaba y otras no y así fue como tuve mi primer reloj importante. Era un Omega “constelation”, y cuando me regaló un Seiko o un reloj automático japonés, decía: “porquerías”.
Empecé a preguntar por Igor a De Biasi (que ya era amigo mío) cuál era la historia que le había contado a él y me dijo que nunca le había contado nada sobre su vida personal.
Le pregunté cómo había conseguido tantas joyas y me contó que muchas se la habían regalado y que cuando vino de Italia corrido por su mala mujer había puesto una casa de empeños en Mar del Plata y me dijo textualmente: “El jugador empedernido es como yo, siempre pierde”. Yo me quedé pensando y antes de irme me dio un abrazo y me puso una libra esterlina en la mano, no tuve tiempo ni siquiera de decir gracias y cerró su puerta. En ese momento me di cuenta de que nunca más vería a Igor, mi amigo el “tenor”... y así fue.

Nota del autor:
Después de muchos años recién conocí el nombre de Igor, se llamaba Igor Nevari, pero su procedencia es desconocida y fue uno de los tantos transumantes que conocí en Corrientes y creería que su ópera preferida sería “Ridi Pagliacci” (Ríe payaso)

Capítulo XIV: Tumultuoso romance en bodas
Todas historias que estoy contando son parte de lo que yo llamo “Cualquiera tiempo pasado fue mejor”, ya han pasado 40 años y todos los “delitos” están prescriptos, hasta el delito de cadena perpetua y este romance ocurrió en 1969 y fue una aventura que sólo Yiye Llano y yo sabemos, porque fuimos los protagonistas de este romance de treinta días. La cosa fue así:
Cuando empezamos el cursillo de la facultad, conocí a dos mellizas muy simpáticas procedentes de Alvear, que son grandes abogadas. En una de las tantas caminatas de la facultad al centro empezamos a hablar de historias de túneles que existían en la zona de Alvear y La Cruz y como mi padre tenía una teoría al respecto me interesé mucho, quizá demasiado. Al ver mi interés una de las mellizas me dijo: Tendrías que hablar con mi prima que vive en La Cruz frente a la plaza y por debajo de la casa de la casa de ella pasaba uno de los tantos túneles existentes.
Yiye me dejó en La Cruz y siguió para otro campo en su nueva “Ford” colorada.
Bajé presuroso y encaré directamente a la casa de XX, conversamos media hora y me mostró el reloj de sol de la plaza, me llevó a la casa del cura que sabía todo sobre túneles y jesuitas. No sé si me enamoré de XX o de los túneles, pero a la noche el romance estaba en marcha y todo andaba en viento en “popa”, primero la manito, luego el besito, y después, nada! Porque volvió Yiye y me llevó nuevamente a Corrientes.
Al mes volví de nuevo a La Cruz más enamorado que nunca y le pedí la mano de su hija al Sr. XX, éste me miró fijamente y me contestó: “No hay problemas, pero te pido que me escuches primero”, yo contesté: “Está bien”. El Sr. XX me dijo: “Mirá a mi esposa, cuando XX sea como ella tendrá la misma cara”. Yo la miré y medité un momento (La Sra. XX era más fea que el culo) y se terminó el amor. Desde entonces aprendí que antes de enamorarse hay que mirar la cara de la suegra.
“Chao amore – chao amore chao”

Capítulo XV: Historias viejas
Un gesto deportivo poco común:
Entre los años 40 al 50 el equipo de Torino era un cuadro imbatible en Europa, ganador por cuatro años consecutivos del famoso “scudeto”, el equipo estaba formado únicamente por italianos y contaba en sus filas con los jugadores más importantes de toda la larga historia del “Calcio” italiano,
Un mal día para el fútbol mundial, el avión que transportaba al equipo y sus dirigentes chocó de frente contra una montaña oculta por las nubes, la insólita e inesperada muerte de los jóvenes jugadores hizo que la ciudad entera buscara por varios días los restos del avión cubierto por la nieve. El Torino perdió a Mazzola, Castigliano, Ricamonti, Tosca, Bacigaluppo, Bollarin, Gabetto y Osola. El luto en toda Italia fue total y todos se solidarizaban con el equipo de Torino. Las noticias corrieron a través del eter y a las pocas horas llegó a Buenos Aires. También los equipos argentinos se solidarizaron, el general Perón mandó una comitiva especial para dar ayuda monetaria y moral a los familiares de los jugadores. Racing Club de Buenos Aires el club ideal para el viaje, pero no lo hizo contrariamente a lo que tendría que haber sido. Para orgullo del pueblo argentino viajó el equipo de River Plate, con la famosa escuadra a la que se llamó “la máquina” integrada por todos sus titulares, entre ellos Amadeo Carrizo, Labruna, Lousteau, la “saeta rubia” (Alfredo Di Stefano), Pedernera, Vernaza y el propio presidente de River Plate, Antonio Vespucio Liberti.
Mientras el equipo de River viajaba hacia Turín, el presidente Liberti tuvo la brillante idea de que River jugara con la camiseta de Torino y el Torino con la de River.
La idea prosperó y se intercambiaron camisetas, el Torino jugó con un equipo de emergencia y el partido se realizó el 26 de mayo con una multitud que superó todas las expectativas, la cantidad de espectadores fue de más de setenta mil personas. El partido fue vibrante hasta el final y los italianos aplaudieron cada gol de cada equipo, tanto del propio como los de River, el resultado fue empate en 2 tantos por bando, anotaron para River Labruna y Di Stefano.
Fue el gesto de solidaridad más importante de River conocido hasta la actualidad y desde entonces River y Torino usan esas camisetas alternativas en todas las ocasiones. En 1952 se enfrentaron nuevamente ambos equipos y nuevamente fue un empate en tres tantos, y otra vez se fortalecieron las relaciones entre ambas instituciones.

Nota del autor:
En el caso del equipo de River el gesto merece ser recordado doblemente, porque River Plate tenía que jugar un partido casi definitorio con el Racing Club de Avellaneda tres días después del hecho relatado y jugó en esa oportunidad con un equipo de suplentes. Se calcula que en el acompañamiento de los restos fúnebres hubo más de 300.000 personas y 500.000 siguieron el evento por radio y televisión.
La recaudación fue varias veces millonaria y se repartió entre el Club Torino y los familiares de las víctimas. Torino pudo comprar algunos jugadores y prefirió seguir con su equipo alternativo.

Alberto Raso – Tatín –

1 comentarios:

Juan Francisco Christiani dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.

Publicar un comentario

Haz tu comentario