lunes, 12 de abril de 2010

Conociendo a Diego

Hace tantos años que conozco a Diego, que no sé que pueda contar de él, son tantas las cosas que hemos pasado juntos, que el asunto es difícil.
A los pocos años de llegar a Corrientes empecé a escuchar de él y su familia, nunca habría pensado entonces lo que significaría Diego en mi vida y hemos estado juntos en todas, en las buenas, en las más o menos y en las otras.
Diego es el amigo ideal al que conocí en algunos remates y luego entre los fierros de mi chacarita en el momento en que las cosas eran difíciles para todos, pero no tanto para nosotros, porque Diego había tenido una buena vida y yo también, ambos hicimos lo que queríamos hacer y pudimos hacer adelante cuando las cosas no andaban como tenía que andar.
Nuestra relación se afirmó con el tiempo y de allí en más creo que el camino de la vida lo hemos recorrido juntos; yo pasé a ser garante cuando Diego necesitaba mi firma y él pasó a ser el mío cuando yo necesitaba la de él. Un día cualquiera de los años noventa pasamos a ser vecinos además de amigos ya que yo alquilé la casa de los Peluffo Billinghurst en la calle San Juan al 500, era una casa de amplias dimensiones, pegada a la de Diego y con vecinos de alta “alcurnia” a los que fui conociendo de a poco hasta hacerme amigo de alguno de ellos, porque tener un chacaritero como vecino no era fácil y menos en un barrio considerado residencial e histórico en Corrientes. Por supuesto que entrar a ese lugar no era fácil, no había garante que valga hasta que apareció Diego y pudimos alquilar la casa donde se firmó el pacto liberal – autonomista. Mi mudanza duró bastante tiempo y un día decidimos comprar una mesa de pool, el juego hizo furor en el barrio y ya no alcanzaba con una, compramos otra y como no entraba en ningún lado la pasamos a la casa de enfrente (hoy diario “El Libertador”)
Los domingos a la mañana era el encuentro obligado, ya que Diego tenía que repartirse entre la política y el campo y yo entre la chacarita, el videoclub y el básquet.
Todo marchaba “viento en popa” en nuestra amistad, hasta que nuestros pooles fueron expulsados del barrio por razones de seguridad en mi caso y por razones de espacio en los de los vecinos.
Diego llevó el de él a su campo y yo tuve que clausurar la sala de juego por temor a romper el gran espejo y la araña de 279 caireles que figuraban en el contrato de alquiler.
A la sazón, Diego en ese momento era secretario del gobernador Leconte con cargo de ministro y poco podíamos vernos, pero lo hacíamos una o dos veces a la semana, normalmente cuando Diego quería sacarse la “staffussa” que le producía el cargo, cosa que me hacía respetable en la chacarita porque llegaba con tres patrulleros y algunos motociclistas de acompañantes, los chorros del barrio Pujol no sabían si se trataba de una allanamiento o de una visita guiada y eso confundía a la gente. Después de varios cafés (siempre con la misma taza) Diego se iba y empezaban a aparecer mis proveedores con las preguntas del caso, yo sólo contestaba: “es un amigo”.
Cuando aparecía algo importante por la chacarita iba yo a la casa de gobierno; al principio me miraban con cara rara, pero cuando Diego se enteraba, yo entraba más rápido que ninguno y allí tomábamos café en tazas más limpias y con mozo y todo y cuando llegaban los “jeteros” de siempre tenían que ponerse a la cola. Diego era de aquellos que atendía primero al amigo y luego al puntero de barrio. A todos él atendía y todos salían satisfechos, desde el peronista al radical. En épocas de elecciones se trasladaba a Saladas y repartía todo lo que conseguía entre su gente y entre los que no eran su gente, era magnánimo con todos y el que no piense así, simplemente miente.
Diego es el típico paisano bonachón que tiene la instrucción que le otorgaron los años de estudio en colegios maristas y la sabiduría del hombre de campo, que sabe que sólo será respetado cuando demuestre que es capaz de hacer todo lo que ellos hacen y aun mejor; puede reconocer las intensiones de la gente con sólo darle la mano y escucharlo 5 minutos.
Yo lo adopté como hermano postizo, mucho antes de lo que él cree y fue con un gesto para conmigo que tuvo un valor inapreciable y que les paso a contar: cuando me llegó la malaria (una de las tantas veces) vendí a Diego el revolver Colt “relámpago” que era de mi viejo, Diego lo compró, lo pagó y lo mandó a arreglar. Pasaron varios meses y me pidió que lo acompañe a una armería donde tenía una sorpresa para mí, era el Colt “Lightnight” de mi padre, que lamentablemente y pese a los esfuerzos de su parte nunca los pudimos recuperar, desde ese entonces Diego es el hermano postizo al que recurro cuando mi espíritu no está en paz y seguramente que a él le ocurrirá lo mismo cuando la situación es similar.
Mi familia sabe que puede refugiarse en la de él y la de él también sabe que puede recurrir a nosotros y por todo ello es que hice una corta poesía para él, que resume todo lo que dije en cuatro o cinco estrofas.

- A Diego -

Alberto Raso

0 comentarios:

Publicar un comentario

Haz tu comentario