lunes, 12 de abril de 2010

Cosas raras


Allá por los años veinte apareció en Buenos Aires uno de los tantos charlatanes que venía a curar de “todo mal” a los argentinos, que incrédulos no podían creer que todo era una inmensa y ridícula farsa, los argentinos de entonces eran sanos y aún no tenían la famosa “viveza criolla” que hoy nos caracteriza en el mundo y hacen que en Europa nos llamen “sudacas” y seamos los últimos en el concierto mundial. Se trataba del estrambótico doctor Neutroff, a quien acudían los más grandes personajes de la época y las mujeres de la más “rancia aristocracia” de todo Buenos Aires y del país, entre ellos un correntino llamado José Nepomuceno Costa, cuyos descendientes me contaron esta historia.
José era un hombre crédulo, bueno y diligente que no tenía ningún mal físico, pero que todo le salía mal, incluso con su mujer. Don José creía que por alguna circunstancia lo habían “engualichado” y guiado por un anuncio de una revista de la época (que actualmente está en mi poder) se dirigió a Buenos Aires y se hizo tratar. El profesor lo trató y le dijo que no estaba “engualichado” y que por la “módica” suma de diez libras esterlinas (equivalente hoy a unos ocho mil pesos, pesado como oro común) lo podía curar de todos los males e incluso los de amores. Don José aceptó su propuesta y Neutroff lo citó para las 12 de la noche, hora en que recién se puede comunicar con los espíritus. Llegó la hora y fue a la visita, el profesor lo hizo pasar y lo metió en un extraño habitáculo rodeado de tres calaveras, dos laterales y una en el fondo, don José estaba con miedo pero soportó unos treinta minutos más mientras Neutroff que estaba afuera se comunicaba con los espíritus, don José volvió a Corrientes con la ilusión de que todo andaría mejor, pero todo salía igual, al cabo de seis meses volvió a llamar a Neutroff y este le dijo que necesitaba una segunda sesión. Don José era Correntino pero no tenía plumas como pensaban en Buenos Aires de nuestra gente y después de varias discusiones con su mujer decidió no viajar más.
El profesor Neutroff lo llamó repetidamente por teléfono para avisarle que la segunda sesión era muy necesaria, pero Costa no fue nunca más. Pasaron seis meses más y poco a poco empezó a cambiar la historia de los Costa, nunca más tuvo mala suerte y todo salió bien definitivamente hasta que un buen día jugó un billete de lotería con el número 20859 y sacó terminación, extrañamente don José nunca cobró ese boleto, quizá en agradecimiento a Dios o quizá porque no necesitaba el dinero.
Al cabo de un año llamó nuevamente Neutroff y le dijo textualmente: “Vio amigo que le dije que lo suyo iba a cambiar!” José se arrodilló y empezó a rezar, y yo me pregunto quién lo salvó, ¿Dios o Neutroff? Porque no creo en las brujas, pero que las hay, las hay…

Alberto Raso – Tatín –

Nota del autor:
Junto con este trabajo adjunto una postal con dos o tres fantasmas, porque los hay, los hay…

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