lunes, 12 de abril de 2010

El historiador que no conviene recordar


Hoy 8 de enero del año 2010, a llegado a mis manos un libro que “quema”, se trata de un libro de historia de 1857 de un autor llamado Vicente G. Quesada, indudablemente hubieron motivos para que este libro no saliera a la luz, alguien los hizo desaparecer de las bibliotecas por alguna circunstancia, quizá porque a los argentinos no nos gusta leer cosas que no sean clásicas y preferimos conformarnos con los libritos de estudio que los impone el “sistema” que no siempre es infalible, sino que todo lo contrario.
Este libro es distinto a todos los demás y está hecho en Buenos Aires por la imprenta de El Orden, de la calle Piedad 76 y dirigido al gobernador Juan Pujol, del cual Quesada indudablemente es amigo personal.
Lamentablemente el libro que ha llegado a mis manos, proviene de un lugar donde se reelabora el papel y el mismo está en pésimas condiciones y le faltan hojas. En la primera parte del libro hace referencias de campañas militares, por lo cual considero que Vicente G. Quesada fue más que un historiador, uno de los tantos militares que ha pasado por nuestra provincia cuya vocación libertaria siempre fue legendaria y reconocida en todo el país.
Ya en las primeras hojas se nota que se trata de un hombre distinto que no sólo cita a los clásicos sino que también tiene ideas propias no tradicionales que trataré de transcribir, respetando los derechos de autor que quizá estén considerados extinguidos, pero que considero que deberían otorgárselos a sus herederos. Entre las observaciones generales dice textualmente: “Cuando veíamos levantarse en el Chaco, columnas de humo considerables y las veíamos multiplicarse en diversos puntos, mostrando que en la espesura de sus bosques existían tribus en estado salvaje, no podíamos dejar de entristecernos”.
Lamentablemente las páginas están en estado deplorable y la acción del tiempo y los roedores hacen que la lectura sea complicada, pero en estas simples palabras que he trascripto se nota la impronta de un hombre distinto y sensible y por sobre todas las cosas un hombre que reivindica a los verdaderos dueños de la tierra: los aborígenes.
En la página VI el hombre se pregunta cual fue la misión de los conquistadores españoles, se pregunta si los tres mil hombres que vinieron con Pedro de Mendoza a Buenos Aires y Juan de Ayolas a Asunción tenía por objeto la destrucción de los aborígenes. Indudablemente era esa la misión de los conquistadores en todas las latitudes, ya que Santo Domingo fue el primer lugar que descubrieron los conquistadores, fue rápidamente despoblada, sus mujeres niños violados e incluso e incluso practicaron la antropofagia, rápidamente se fueron destruyendo las grandes civilizaciones y los indígenas se suicidaban en masa, anteponiendo el honor a la deshonra de ser esclavos nuevamente.
En nombre de Dios utilizaban la espada, contrasentido total que ya lo señalaba Fray Bartolomé de las Casas en numerosos escritos.
Prueba de ello es la rápida extinción de culturas milenarias como los Incas, los Aztecas y los Mayas, ya que Hernán Cortés en sólo dos años y medio destruyó la ciudad de Tenochtitlán (México) cuya cultura es anterior a las egipcias y su construcción perfecta demandó miles de años.
Tampoco solucionaron el tema de los indígenas los hombres de la Compañía de Jesús, que si bien dieron una educación a los pobladores de nuestras tierras, también le quitaron sus vidas, sus costumbres y sus dioses y Quesada también relata estos acontecimientos con deducciones simples y certeras al decir que los jesuitas que se establecieron en la Candelaria establecieron un régimen basado en un superior, dos vicesuperiores y en cada uno de sus pueblos un padre cura, que se encargaban de lo espiritual, pero también de lo terrenal y cada vez más empujaron a los verdaderos dueños de la tierra a lo más profundo de las selvas autóctonas y cada vez más plantaban sus mojones extendiendo cada vez más sus territorios y sus riquezas y quizá hayan tenido más poder que los que conquistaban con la espada a sangre y fuego. El amor que inculcaban los jesuitas se transformaba en dolor para los nativos que soportaban estoicamente la transformación de su cultura. Dios quizá estaba ocupado mirando hacia otro lado porque los indios seguían extinguiéndose cada vez más rápido y sus culturas centenarias también, pero Dios siempre tiene un tiempo para todo y para todos y seguramente todo renacerá como está previsto en todos los antiguos libros religiosos y los dueños de las tierras también.
Mis preguntas ahora son las siguientes: ¿Cuándo ocurrirá eso, será dentro de poco? ¿será dentro de mucho?, también me pregunto cuando leeremos a autores con sensibilidad como Vicente G. Quesada? ¿cuándo despertaremos a la realidad y devolveremos estas tierras o por lo menos le daremos un lugar digno donde vivir? Nuestro país es grande démosle un pedazo de la Patagonia a los Tehuelches, démosle a los Tobas, Matacos y Mocovíes un lugar en el Chaco y demos un pedazo de la selva misionera a quien le corresponda por derecho propio. Sólo así los argentinos nos podremos sentir orgullosos, sólo así dejaremos de ser una colonia de cualquier potencia extranjera y lo que es aun más importante seremos una nación libre, justa y soberana, y sin distinción de credos ni religiones tal como dice nuestra constitución.

Alberto Raso

Nota de autor:
Suplico a quien lea este libro, que busque y revuelva bibliotecas, porque en algún lado habrá un libro de historia de Vicente G. Quesada y cuando lo encuentre lo guarde como si fuera oro, ya que realmente es un libro imprescindible para todos los correntinos.

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