miércoles, 16 de diciembre de 2009

Otra vez aparece Soy Leyenda

Hacía bastante tiempo que los muchachos de nuestra promoción no nos encontrábamos, el comedor universitario ya estaba cerrado y cada cual había ido para donde podía, yo particularmente fui a vivir a una cortada en la calle juncal 2240, la casa era muy modesta, tenía una habitación grande, una de 2 x 3, una cocina y un baño exterior que más que baño parecía un antiguo excusado. La casa estaba rodeada de galerías y por ese entonces yo vivía solo en mi súper mansión-rancho.
Ya habían llegado nuevas generaciones de estudiantes y entre ellos el “moncho” Güenaga, los “conejos” Marín, Lucio Fernández, Lucio Aspiazu y Huguito Zualet (el enano maldito). Algunos de ellos frecuentaban mi casa (sobre todo cuando había asado) la carne valía monedas y los asados los hacíamos sobre los alambres de una vieja cama. Un día en que estábamos reunidos nos enteramos que Antonio Tarragó Ros venía a Corrientes de gira “artística” y nos pusimos a buscarlo hasta que lo encontramos en un hotel de segunda, en ese momento eran tiempos difíciles para él porque recién estaba dando sus primeros pasos y Buenos Aires era una ciudad fría, donde los curuzucuateños eran solo un número y Tarragó era uno de esos tantos números y quizá uno de los últimos, superar a la leyenda mayor era difícil.
Uno de los pocos estudiantes con auto en ese entonces era yo, que tenía un nuevo fiat 600 color celeste.
Antonio no tenía auto en qué moverse para sus giras y yo le ofrecí el mío, el único problema era hacer entrar a su conjunto, tres integrantes, más los instrumentos, más un chofer que además de manejar tenía que hacer de “plomo” y otras cosas. Yo no podía acompañarlo porque tenía examen y le pedí a Moncho que lo hiciera, Moncho solícito como siempre, aceptó gustoso la invitación y después de intentar meter todo el instrumental, nos encontramos con otro problema, ¿cómo meter las largas piernas de Antonio? Pero con voluntad todo se puede y de alguna forma entró. Yo con gran placer y dolor le presté mi nuevo saco “Cazadora” que le quedaba de “película” y partieron hacia los lugares más recónditos de Corrientes y del Chaco, la gira duró una semana y tuvo gran éxito, cuando volvieron, Antonio venía con una pata afuera de la ventana y Moncho hecho bolsa, pero contento, esa noche comimos un gran asado y el héroe de la jornada fue el Moncho Güenaga, Tarragó hizo unos cuantos pesos, pagó el asado y volvió a Buenos Aires en avión en el que seguramente habrá podido acomodar mejor sus largas piernas.

El Moncho x 2

En la década del setenta, tanto Moncho como yo teníamos una fuerza descomunal, era una época en que el paseo obligado de Corrientes era por calle Junín que corría al revés de lo que corre actualmente y el ancho de la calle era mínimo. Un grupo de “cajetillas” de Corrientes estaba sentado en el bar “Il Piccolo”. No teníamos ningún lugar para estacionar y luego de dar como veinte vueltas alrededor de la manzana encontramos un lugar exactamente frente al Piccolo, pero ni siquiera un pequeño fiat entraba allí porque sobraban solamente veinte centímetros de cada lado. Los “cajetillas” y sus mujeres se mataban de risa de nosotros, pero como dijo el Chapulín Colorado “no contaban con nuestra astucia”. Paramos en el lugar y detuvimos el tránsito, Moncho que tenía más fuerza que yo, agarró la parte del motor y yo la parte de adelante, alzamos el fiat 600 y lo fuimos metiendo lentamente hasta que quedó perfectamente acomodado en el cordón de la vereda. Los correntinos quedaron atónitos y sus mujeres también, los estudiantes del interior empezaron a aplaudir y luego se sumaron hasta las mujeres de ellos, los “cajetillas” que quedaron como el Chapulín: “Colorados” y con bronca.
– o –
Los curuzucuateños no estábamos acostumbrados ni sabíamos como eran los juegos de carnaval en Corrientes, ya que en Curuzú en esa época las mujeres mojaban a los hombres y los hombres a las mujeres.
Moncho y yo estábamos paseando por Junín en el fiat 600 con los vidrios cerrados y de pronto los correntinos nos levantaron la tapa del motor y nos mojaron el distribuidor y el auto se paró, abrimos la puerta y nos mojaron hasta el traste, le pegamos una hermosa filipica y Moncho en el primer cachetazo los tiró cinco metros más allá y allí terminó todo y los correntinos aprendieron como se juega al carnaval en Curuzú.
¡Que se jodan por brutos!
Alberto Raso – Tatín –

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